miércoles, 10 de febrero de 2010

LOS NOMBRES QUE TENEMOS. 2. EL NOMBRE AUTÉNTICO, Y EL CUMPLEAÑOS REAL.



Música para escuchar: L’Arpeggiata. Christina Pluhar. Se laura spira (Folia). En All’ improvviso: Ciaccone, Bergamasche, & Un Po’ Di Follie...
        Cada muerte buscará su consuelo en lo que tuvo la vida que por ella ha concluido: ‘murió 
        lleno de días’ es la expresión que para la muerte del hombre venturoso reserva el Antiguo 
        Testamento (...) Hoy la longevidad se interpreta mediante la expresión, tan opuesta, de 
        ‘morir cargado de años’(...) Ahora los días de la vida no vivida, la vida desvivida en la 
        insaciable fuga del sentido, aparecen de pronto como un saco de años muertos cargados a  
        las espaldas del anciano; años que sólo pesan y no colman”
                              Rafael Sánchez Ferlosio. El testimonio de Yarfoz?






Los mitos
En las riberas del Nilo, y en un tiempo inmemorial, Isis, la diosa egipcia de la Magia, deseaba para su hijo Horus, el de la cabeza de halcón, el mayor poder de la Creación. Así que urdió una artimaña: creó la primera cobra, que mordió a Ra, el Dios supremo, y le dijo que podría curarlo del dolor sólo si le decía su nombre secreto.  Y aconteció que, cuando éste pronunció ante ella su nombre auténtico, aquel que sólo él sabía, le dio todo el poder que necesitaba sobre él y el universo creado y pudo elevar a su hijo al rango celestial.
Como Ra, Yahvé, Jano, Angerona y otros muchos dioses, tenían diversos nombres de los que el secreto, que sólo ellos conocían, era la síntesis de sus poderes. Esta y otras muchas historias muestran el poder del nombre auténtico, aquel que tienen los dioses, algunos escogidos, e incluso ciudades, como Roma; el que una minoría de elegidos, o quizás nadie, conoce. Un  nombre que marca la diferencia entre el Quien Eres y el Cómo te Llaman. Un nombre para vivir, no para ser vivido.
Feliz cumpleaños
Un cumpleaños es un brindis y una apuesta. Un lanzar los dados sobre el tapete de la vida. Un sonreír al destino mientras se mira alrededor. Pero, tal y como están las cosas, no veo que sea frecuente celebrarlo más allá de las apariencias.
La gente corriente nos distraemos “ritualizándolo”, pero sólo para no angustiarnos demasiado con la que se nos viene encima. Comemos, bebemos, brindamos... nos procuramos distracciones. Nos acompañamos de la pareja, de los hijos, de los amigos, recibimos palmaditas en la espalda, abrazos cariñosos y deseos de felicidad de ese cuñado que vive en el limbo. No nos engañemos: es sólo para evadirnos, para no enfrentarnos –etimológicamene, mirar de frente– a la soledad del ciclo cumplido y a la apuesta de uno nuevo, del que ni siquiera sabemos si acabará o cómo se desarrollará. Para enrocarnos en la irresponsabilidad.
Cuando somos más jóvenes, la coartada perfecta es el tiempo infinito que nos queda por delante, porque cuando se es joven, independientemente de lo que afirmen juntas la lógica, la historia y la estadística, el corazón nos dice que somos inmortales, que nunca envejeceremos, y que la decrepitud no se cebará con nosotros. Que seremos eternamente así. Y la eternidad y el infinito van siempre de la mano.
Cuando somos menos jóvenes, nos refugiamos en los que hemos hecho, lo conseguido, y lo que tenemos, sea mucho o poco; y, si todavía queda algo de tiempo entre distracción y distracción, en lo que todavía podemos hacer, conseguir o llegar a ser. Y el concepto clave para entender el drama, el concepto salvaje que le da el auténtico significado a la frase, es la mágica palabra “todavía”. 
Por eso nos distraemos en celebraciones poco convincentes, a pesar del esfuerzo común y compartido: ¡alcemos la copas! ¡otro brindis, colegas! ¡abrazos, familia! Y al día siguiente seguimos con la rutina como si no hubiera pasado nada. Hemos cumplido dejándonos llevar –o vivir–, tenemos otro año más, y parece ser que eso es todo, cuando no debería serlo.
Como decía al comienzo, en las culturas antiguas, los dioses, algunos hombres, e incluso según qué ciudades tenían, al menos, dos nombres: los públicos y el secreto. Unos tenían denotaciones sociales; el otro connotaciones mágicas. Los primeros eran los que conocían todos los demás, incluso los enemigos; el segundo, sólo los muy allegados, los elegidos –una vestal, el Sumo Sacerdote– y a veces nadie, porque saberlo daba poder sobre ese dios, ese hombre e incluso esa ciudad.
Acabo de descubrir algo: siguiendo con esta lógica, también los dioses y algunos hombres privilegiados deberían tener, al menos, dos cumpleaños: el primero, el oficial, sería el que conocieran los sacerdotes del templo, los creyentes y, a día de hoy, la familia, los amigos y los funcionarios que rellenan nuestra partida de nacimiento o los que nos renuevan el DNI. Sería el de las celebraciones públicas, el del bombo y el platillo, el del regalo de papá y mamá –o la mujer y los niños–, el del brindis con cava barato, el que define a partir de qué momento podemos empezar a conducir un coche y, como contrapartida, ir a parar al talego, o el que sirve de base para el cálculo a partir del que nos mandan a cobrar una jubilación que vaya usted a saber cuándo empezará ni para qué alcanzará.
El segundo sería particular, íntimo y mágico. El del abrazo a uno mismo, el del cambio que los demás no notan, el de la seguridad personal. Si se es un privilegiado, uno ha de nacer, cuanto menos, dos veces: la primera, que marca el tiempo biológico, cumplidos los nueves meses de gestación; la segunda, que marca el tiempo mágico, cuando la Fortuna decide parirnos de nuevo después de una nueva gestación en que la Madre es nuestra propia Vida. 
Quizás todos tengamos dos nombres, quizás todos tengamos dos fechas de nacimiento, y lo que distinga a los Dioses y los Héroes de los simples mortales es que ellos han tomado consciencia de esa dualidad. Quizás tengan conciencia porque son dioses o héroes; quizás sean dioses o héroes porque en un momento determinado tomaron conciencia de ello. Aún no lo he dilucidado.
Un trabajo a realizar, quizás inútil, pero no por ello menos hermoso: luchar por conseguir ese segundo nacimiento, ese Aniversario para celebrar en la intimidad más absoluta: en la soledad más completa. Un momento en el que reflexionar gravemente, pero desbordantes de alegría; en el que valorar lo ya hecho, mirar hacia el futuro y, sonriendo, tirar esos dados a los antes hacía alusión. Y empezar un ciclo nuevo; pero no un Año Nuevo común y compartido, sino uno especial, único, sólo para cada uno de nosotros y de duración indeterminada, en función de los proyectos en los que disfrutemos.
Empiezo ya a buscar en los recuerdos el mío, o a esperarlo si es que aún no ha llegado, o a plantearme cómo embarazar a la Vida para que un día de a luz al Mundo a ese otro Yo latente y desconocido del que ni siquiera yo conozco aún el Nombre.
El día que lo consiga, espero que se me revele también cómo me llamo de verdad. Y seguiré paseando, acercándome al final, llenando mi vida de días, en vez de cargándola de años.
Desconozco los detalles. Pero serán un día y una hora en que, si un buen astrólogo levantara mi carta natalicia, todas las características serían precisas, cada planeta ocuparía la casa indicada, cada signo estaría donde debe y los aspectos revelarían a la perfección mi ser. Y añado: creo que volvería a nacer bajo el signo de Géminis.

No hay comentarios:

Publicar un comentario