martes, 10 de mayo de 2011

IMPOSTURAS: EL CABALLO DEL DODECAEDRO. 3, 4 y 5.



3. Tempus fugit
Algunas de las caras han ido cambiando de imagen, otras siguen luchando por ser iguales; la huella de la cabeza del niño en la almohada, por ejemplo, casi ha desaparecido. Todo lo que se representa en los pentágonos ha ido envejeciendo e incluso ellos mismos se ven ligeramente arrugados por el paso del tiempo. Aquella joven que amó el azul cobalto lo sigue llamando “azul cobalto” —aunque no sé si sigue amándolo—, pero el azul actual está descolorido y, seamos sinceros, la mujer madura que ahora sigue llamándolo así hace mucho que dejó de ser una muchacha.
4. ¿Quién escribe mi nombre con aire?
Por eso no tengo un caballo. Corro el riesgo de que me lo quite quien tenga un nombre auténtico y sea capaz de pronunciarlo junto a su boca, por el hocico adentro. Construiré, entretanto, dodecaedros. Y decoraré cada una de sus caras pentagonales con imágenes, dibujos y caligrafías que iré cambiando según pasen los días y según a quién se las quiera mostrar.
Espero, mientras tanto, poder superar lo que me ata a ellas, a la superficie de esos doce pentágonos regulares, e ir tomando conciencia de su interior, del vacío que alberga, de ese aire donde, con trazos no menos aéreos, un ser desconocido que debe ser mi auténtico Yo escribe, constante y repetidamente, mi verdadero nombre. El que me permitiría tener un caballo.
Ese que ahora guardo, esperando poder hacerlo mío, en el interior de mi dodecaedro, junto con mi desconocido y auténtico nombre escrito con aire.

5. Del impostar el ser un impostor
Hoy por hoy ¿qué me queda sino seguir padeciendo a solas mi soledad?  ¿qué, sino continuar doliéndome de engañaros a todos los que amo sin poder siquiera amaros ni engañaros de verdad, porque eso significaría que me sé, y sé que no me sé?, ¿qué, sino sentirme un pésimo impostor y padecer esta única e inútil certeza? ¿qué, sino seguir decorando los doce pentágonos regulares de ese dodecaedro en el que escondo el caballo que no puedo tener junto a mi nombre que desconozco?

lunes, 9 de mayo de 2011

IMPOSTURAS: EL CABALLO DEL DODECAEDRO. 2. El dodecaedro.


Es sólo una imagen, repito. Podría haber elegido un poliedro más simple, como el tetraedro, que tiene sólo cuatro caras triangulares —una pirámide, contando la cara oculta que queda apoyada en la tierra— o más complejo, como el icosaedro, que tiene veinte caras que han de ser polígonos de diecinueve lados o menos. Pero he elegido el dodecaedro: doce caras—como los meses del año— y, puestos a pedir, que sean pentágonos regulares, para que la figura elegida sea uno de los llamados sólidos platónicos.
Lo he elegido también, lo reconozco, por cierta estúpida vanidad, ya que hay quien afirma que dodecaédrica sea posiblemente la estructura del Universo y es la forma que tienen los dados que se utilizan en los juegos de rol, a diferencia de los normales, que tienen sólo seis caras cuadradas.
El número de meses del Año, el Pentágono relacionado con las ciencias ocultas, la forma del Universo, el Azar. Todo unido me resultaba sugerente. Por eso elegí la imagen del dodecaedro.
Imaginemos uno. Cada uno de sus doce pentágonos tiene una imagen dibujada. Una es la de un pájaro que canta; otra muestra una antigua fotografía; una tercera un fragmento de orla; una cuarta la huella de la cabeza de un niño en la almohada; hay otra que simplemente es el color azul cobalto; en la cara opuesta hay una partitura musical, en otra un cálamo que copia, e incluso existe una que muestra unas briznas de hierba que se mueven y que representa ese viento que no puede verse sino en sus efectos.


domingo, 8 de mayo de 2011

IMPOSTURAS: EL CABALLO DEL DODECAEDRO. 1. Por qué no tengo un caballo.

Música de fondo: Les baricades misterieuses, de Couperin.
Podría deciros lo que hay que hacer para adueñarse de un caballo para siempre. Voy a contároslo de todos modos: Sólo hay que hablarle bajito por el hocico adentro, por lo dos agujeros del hocico. ¿Y qué hay que decirle? Vuestro nombre secreto... el que sólo sabéis tu madre y tú, por el hocico adentro, por los dos agujeros del hocico. Y será tuyo para siempre. Se irá contigo aunque esté viviendo con otro, te seguirá a todas partes.
                                                 Robertson Davies. Ángeles rebeldes
Nunca seré el dueño definitivo de un caballo: no tengo —o no sé que lo tengo, que para el caso es lo mismo— un nombre secreto. No poseo un auténtico nombre; sólo el que consta en el registro civil, y algún otro que he usado alguna vez como seudónimo, pero que ni lo tuve siempre ni lo sabe mi madre.
Me pregunto: ¿Quién soy, entonces? Y me contesto: Sin duda alguna, un mal impostor. Y esta es mi gran tragedia.
Un impostor ajeno de mí mismo, en tanto en cuanto ni siquiera sé de mi impostura más que de mi auténtico nombre. Y es que para poder engañar se necesita conocer la verdad o, al menos, creer que se conoce: entonces, cuando se es preguntado, se contesta otra cosa según nuestro interés. Para ser un auténtico impostor, siguiendo este razonamiento, se necesitaría saber quién es uno, para mostrar, mintiendo, a otro.
Y, sin embargo, a pesar de no saber quién soy, si sé que soy ese otro. O esos otros. Y que he de descubrirlos y mostrármelos, al menos a mí, para conocer mi verdadera identidad y poder ser, así, un impostor auténtico.
Lo que busco, por utilizar una imagen que me hechiza, es la esencia del interior de un dodecaedro, de mi dodecaedro personal.