lunes, 20 de febrero de 2012

LOS INEVITABLES FRACASOS (III) Esto no es un juego

Si no recuerdo mal, encontré la idea en un texto de Ronald Laing, uno de los padres de antipsiquiatría. No recuerdo las palabras exactas, pero sí el sentido: “La vida consiste en jugar un juego... la primera regla del cual es afirmar que es algo muy serio”.
“Une los nueve puntos mediante cuatro rectas sin levantar el lápiz”.
Nueve puntos; es un juego. Instrucciones concisas. Frustraciones constantes.
Vivo un problema —uno de tantos— y me pregunto esta noche cuál es el marco que no soy capaz de ver conscientemente. Sé que nadie me engaña a excepción de yo mismo; puedo percibir el mensaje diáfano —es un juego, son nueve puntos— en lugares tan variados como series televisivas de acción o de amor, en novelas de espías, en antiguos cuadros de la escuela flamenca. Entonces ¿por qué tengo la sensación de que algo falla? ¿Por qué termino siempre enredado en bisociaciones o prejuicios? 
Reflexiono: si no descubro un sistema para reconocer los marcos, los próximos fracasos serán, como siempre, inevitables. 

LOS INEVITABLES FRACASOS (II) La necesidad de superar el marco

Mientras leía el libro lo intenté. Posiblemente tenía el día espeso, o poca paciencia, o estaba totalmente dominado por los prejuicios (perdón, las bisociaciones), o simplemente es que soy un cretino. No lo sé. Cualquier excusa puede parecerme válida, pero lo único cierto es que fui incapaz de resolver el dilema. 
Unos días después, una amiga a la que presenté el problema lo logró. Tardó unos minutos, pero lo hizo. Yo sufrí en mi estúpido orgullo, pero disfruté viendo una luz en su mirada cuando descubrió el método, y me tranquilicé creyendo que todavía había esperanza.
Esta es una de las posibles soluciones:

El problema, como señalan los autores es el siguiente: Cuando se intenta resolverlo, lo que uno “percibe realmente” es un cuadrado, y no nueve puntos, e intenta unirlos sin salirse de ese “marco”, que no está en las instrucciones, pero que uno asume como parte del problema a solucionar. 
Superar el marco. Ser capaces de “ver” conscientemente lo que se “percibe” inconscientemente y, reconociéndolo, poder dejarlo de lado —superarlo— y así solucionar el problema.
Recordemos mi definición previa de prejuicio: un marco mental inconsciente y previo que nos impide solucionar un problema porque no nos deja evaluarlo correctamente.
Una vez vista la solución parece fácil. No lo es hasta que tomamos conciencia del marco que nos limita, del cuadrado que, a pesar de no ser realmente real, es una realidad condicionante y limitativa de cómo imaginamos nuestras soluciones.
A veces me pregunto cuántos cuadrados, cuantos marcos inexistentes, condicionan mis decisiones, amputan mis alternativas, impiden que solucione satisfactoriamente mis problemas.

domingo, 19 de febrero de 2012

LOS INEVITABLES FRACASOS (I) Víctima de los prejuicios

Ahora, a mi regreso al blog, he vuelto a releer algunas entradas anteriores. Me he detenido, sin tener claro por qué, en aquellas que hacían referencia a la mentira como forma de relación social y vida. Y he empezado a ver las cosas de otra manera a partir de una palabra que había olvidado: bisociación.
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A veces me pregunto si mis fracasos son inevitables. A veces, me contesto que algunos de ellos, sí. Una de las razones que he encontrado son mis prejuicios.
Soy un hombre cargado de prejuicios. Lo sé, y a menudo suelo encontrarme impotente frente a ello.
Y no me refiero a esos tan manidos y criticados que son el azote de lo políticamente correcto —machismo, xenofobia, homofobia....— sino a algo más peligroso y profundo. 
Pero vayamos por partes. Intentaré primero definir qué entiendo por prejuicio: un marco mental inconsciente y previo que nos impide solucionar un problema porque no nos deja evaluarlo correctamente. 
Bien, ya está escrito y aclarado. O eso creo yo.
Pero releo lo escrito y me doy cuenta de que, si no fuera porque lo acabo de escribir después de meditarlo, lo encontraría incomprensible. Así que intentaré ir poco a poco.
Descubrí el significado profundo de este concepto intentando hacer un ejercicio en un libro de Watzlawick, Weakland y Fisch (al final del post dejo la referencia bibliográfica). 
Todo empieza en la página 43, con una cita de Koestler, que introduce en una de sus obras el concepto de bisociación, al que define como “el hecho de percibir una situación o una idea en dos sistemas de referencia, consistentes en sí mismos, pero habitualmente incompatibles” (desde esta nueva perspectiva lo correcto sería afirmar que soy una persona víctima de sus bisociaciones, y no de sus prejuicios).
Vuelvo a leer lo escrito. Me parece que, en vez de aclararlo, lo estoy liando todavía más. Así que mejor utilizaré el ejemplo visual de Watzlawick y colegas, que eran más espabilados que yo para explicar las cosas.
Proponen el siguiente ejercicio: Debes conectar los nueve puntos de la figura mediante cuatro líneas rectas sin levantar el lápiz del papel. Si te apetece, copia los nueve puntos en un papel, toma un lápiz, y adelante. E inténtalo unas cuantas veces, no te conformes con una.

(continuará)

Texto citado y recomendado: Watzlawick, Paul y otros (1974).— Cambio. Barcelona: Editorial Herder, 1985, 4ª edición.

sábado, 11 de febrero de 2012

Barbechar, o el descanso necesario


En según qué latitudes, y con según que climas, la tierra, cansada por el esfuerzo de la cosecha, necesita todo un año para regenerarse. Así que se deja arada y se espera a que las raíces del cereal se pudran y la nutran, a que los insectos y pequeños reptiles la remuevan, a que las aguas que van del otoño a la primavera la empapen, a que los pájaros vengan a picotear granos olvidados e insectos incautos y dejen también sus migajas de abono. 
A esa alternancia entre la cosecha y la nueva siembra, más de un año después, se le llama barbecho, un ejercicio agrícola frecuente en las llanuras cerealistas castellanas.
Lo olvidé —o no lo tuve suficientemente presente—. Lo recordé más tarde, pero de una forma nueva, mientras veía cambiar la imagen del delta del Ebro. Allí el cielo se parece siempre, pintado con ese azul brillante que suele matizar el Mediterráneo, pero el color de la tierra cambia con cada estación. Tras la cosecha del arroz los campos quedan marrones, enfangados, y el drenaje hace que vayan secándose poco a poco. Los campos pardos se llenan de aves migratorias y he pasado horas admirando sus vuelos u observando cómo buscaban alimento entre los surcos. Allí no se barbecha, simplemente, se deja descansar unos meses la tierra. En primavera los campos vuelven a inundarse, luego las puntas del arroz vuelven a emerger, y todo se vuelve verde, como los campos castellanos que, cuando sopla el viento y mueve las espigas formando olas, se asemejan al mar.

Volví a olvidar —dejé de ser plenamente consciente—, a pesar de que duermo cada noche, esa necesidad de alternancia entre trabajo y descanso, o entre dos o más formas de trabajo o de descanso. Porque una cosa es saber, y otra darse cuenta.
La recordé de nuevo la otra noche, cuando una amiga me dijo que de vez en cuando aún entraba en este blog. Así que entré después de algunos meses y me asombré de que hiciera tanto que escribí mi último post. Repasé en qué otros campos había estado trabajando, qué había hecho, qué dejado de hacer mientras releía viejas entradas y me reencontraba con aspectos olvidados de mí mismo.
Hallé, metafóricamente hablando, algo más: pájaros pequeños, aves migratorias, insectos, reptiles; viviendo, esperando en esas tierras aparentemente baldías. Unos, dispuestos a aceptar el nuevo paisaje; otras, prestas para marchar con la llegada del calor.
Sentí entonces que era el momento de arar de nuevo, de preparar la tierra, de removerlo todo para dejar caer nuevas semillas. Y de dejar en barbecho otras tierras, otras ocupaciones también merecedoras de un pequeño descanso. 
Esa noche acepté de nuevo, por enésima vez, que no se puede hacer todo. Y menos todavía, hacerlo todo el tiempo. Tengo la sensación de que no aprenderé nunca. Tendré que aprender a barbechar más eficientemente.