viernes, 25 de noviembre de 2011

La importancia de lo intrascendente.


                                                         Libación solitaria bajo la luna
                                                Rodeado de flores, ante un jarro de vino,
                                                libo solo, sin compañera.
                                                Alzo la copa, y convido a la luna.
                                                Ella, mi sombra y yo, venimos a ser tres amigos.
                                                Aunque la luna no puede beber,
                                                y mi sombra en vano sigue a mi persona,
                                                las tomo por transitorias compañías.
                                                ¡Divirtámonos, amigas, antes de que pase la primavera!
                                                 Li Po, s. VIII, época del emperador Song Zhong, Dinastía Tang
1. La clase de filosofía
De vez en cuando alguien me envía uno de esos mensajes recurrentes que circulan por la red. Dado que no me llegan pocos, los agradezco, porque me distraen unos instantes. Muchos pretenden una profundidad que no tienen pero hubo uno que dejó su huella, y que hoy recuerdo aquí. Contaba, más o menos, lo que sigue:
Un profesor de filosofía llega un día a clase con dos tarros de cristal y seis bolsas de tela. Se hace ese silencio que motiva la curiosidad. El profesor les dice a sus alumnos: Hoy no trataremos de Platón, de Hegel ni de Kant; no discutiremos sobre grandes cuestiones y sin embargo la lección de hoy, a pesar de ser corta, será la más importante que os daré en este curso. Prestad, pues, atención.
Coloca los tarros uno junto al otro, y coloca tres bolsas junto a cada uno. Luego, se acerca al primero, abre una de las bolsas, de la que saca cuentas de cristal y lo llena. Pregunta ¿creéis que el tarro está lleno? Y los alumnos responden quedamente, con la cabeza, que sí.
Abre entonces la segunda bolsa, que está llena de perdigones, y los va dejando caer en el tarro. Al ser de un tamaño mucho menor, van ocupando los huecos que han dejado entre sí las bolas. Vuelve a preguntar: ¿está llena ahora? Y recibe la misma respuesta.
Finalmente, abre la tercera bolsa, que contiene fina arena de playa, y repite la operación. Esta tercera bolsa, sin embargo, ha quedado casi llena ¿Y ahora? inquiere de nuevo. Y la misma respuesta de unos alumnos perplejos, porque no entienden lo que quiere decirles.
Entonces realiza una operación similar, en silencio, con el otro tarro y las otras tres bolsas, pero invirtiendo el orden. Primero descarga por completo 
la bolsa de la arena, luego deja caer encima los perdigones y finalmente las bolas, que quedan la mayor parte en la bolsa porque ya no caben.
Entonces les dice: Los tarros representan nuestra vida cotidiana; el vacío interior es ese bien limitado que representa el tiempo; las cuentas de cristal son las cosas que carecen de importancia: nos distraen, nos hacen olvidarnos de otros problemas y a veces los demás suelen inducirnos para que las hagamos, pero son realmente superfluas, aunque nos den una tibia satisfacción inmediata. Los perdigones son cosa importantes, pero muchas veces más para los demás que para nosotros mismos; por último, la arena representa lo fundamental para nuestras vidas, pero muchas veces trabajar con ella requiere un esfuerzo y el premio no se consigue sino a largo plazo.
Espera a que sus alumnos hayan asimilado la metáfora y continúa: La mayor parte de nosotros llena su tarro mal cada día, tal y como ya he llenado el primero: dedica mucho tiempo a estupideces que lo hacen sentir bien en un momento, o a cosas importantes pero secundarias, que no le consiguen más que algún parabién de alguien ajeno, y cuando se quiere dar cuenta se percata de que no le queda espacio —tiempo— para que quepa la arena que aún tiene en su tercera bolsa. Y acaba siendo infeliz y culpando, además, al mundo de su estupidez.
Hay una minoría, sin embargo, que hacen lo correcto: prioriza lo que es realmente importante en cada momento, luego lo que le permite quedar bien con los demás y, finalmente, si se queda tiempo, se distrae con cosas superfluas aunque aparentemente importantes. Son las personas que se realizan, aquellas que, a pesar de las desventuras y los sinsabores cotidianos, consiguen acercarse más a la felicidad.
Y finaliza: cada cual de vosotros ha de elegir un método en cada momento. Y ya sabéis el resultado.
El silencio puede cortarse. Todos parecen meditar. Entonces uno de los alumnos levanta el brazo y pide permiso para hacer una aportación. Se le concede.
Se acerca a la mesa, abre una lata de cerveza que llevaba en la mochila, vierte su contenido repartido entre ambos tarros y espera. 
El profesor pregunta: y bien ¿cuál es la nueva moraleja?
Y el alumno responde: Llenemos nuestras vidas como las llenemos, SIEMPRE QUEDARÁ ESPACIO PARA UNA CERVECITA.
2. La cervecita como metáfora
Una cervecita no tiene por qué ser físicamente una cervecita. Puede ser una onza de chocolate junto a la pareja mientras se ve la tele después de cenar, una copa de Pedro Ximénez compartida, encender una pipa sentado en un sillón, seguir con la mirada el vuelo de los pájaros, una rosa comprada en la calle por 1 € mientras regresa a casa para ofrecérsela a la esposa, atender la última petición de última hora del hijo que sale de casa.
La cervecita es aquí una metáfora. Significa lo maravilloso que puede llegar a ser lo intrascendente.
Cierto, perdemos —o al menos yo suelo perder— un tiempo inmenso en estupideces sin sentido. Pero en ocasiones, también, nos obsesionamos tanto con lo “importante” que olvidamos la frescura de los pequeños detalles, lo fundamental que es darnos un pequeño placer, ofrecernos una simple sonrisa o agradecer que un ser querido nos la ofrezca, hacernos un sencillo regalo sin sentir la carcoma de la culpa porque pensamos que no nos lo merecemos. Por eso es bueno recordar que, llenemos la vida como la llenemos, siempre quedará espacio para una cervecita.
Esta noche añoro volver donde suelo volver. Estar allí de nuevo por unos días. Ver de nuevo, abrazar, recordar. Incluso pasar unos minutos malhumorado por cualquier estupidez o sinsentido. Echo de menos compartir unas cervezas y, ya puestos, acompañarlas con las tapas correspondientes. 
Y después, ya en la calle con la familia, mecido por el frío invernal, recordar el antiguo poema de Li Po y decidir que para mí, a pesar de la edad, todavía es primavera; porque tengo algo más en la vida que la Luna y mi sombra para compartir mi vino. O una cervecita.
Y este sueño es, así mismo, la cervecita que me ofrezco esta noche mientras oigo, con un mes de antelación, unos villancicos interpretados como música barroca.