domingo, 17 de febrero de 2013

Frank, in memoriam


Hace ya meses que dejé de escribir en este blog. En mi papel del Mayor de la Juanita dejé de tener cosas que decirme y que deciros. Hasta hoy. Anoche me llamó mi hermano para decirme que había muerto su amigo Frank. Amigo mío, también, pero sobre todo amigo suyo. De los de toda la vida. Murió en la flor de la vida, rozando la sesentena, con dos hijos y cinco nietos, el último en camino. No voy a decir cómo era; si lo conociste no hace falta, y si no es así, qué más da.

Las stavkirke
Una de las iglesias que me gustaría visitar algún día es la stavkirke de Borgund. 
Pero dejadme que os explique primero que es una stavkirke. Es una iglesia típica medieval de los países escandinavos —de las algo más de treinta que quedan, veintiocho están en Noruega— construida enteramente de madera, desde la estructura de las naves a las tejuelas con que cubren sus techos. La mayor parte fueron construidas entre los siglos XII y XIV. La madera original que aún queda en la de Borgund, una de las más interesantes, se ha datado como cortada entre 1180 y 1181.
Hoy son visitas obligadas y los turistas suelen admirarse de que hayan perdurado durante tantos siglos. No sé si los informan de que la ley del Gulating, del siglo XI, obligaba a reponer la madera podrida o deteriorada. Y ahí está el detalle que a mí me enamoró desde que supe de ellas: son siempre las mismas siendo siempre diferentes. Cuando una tejuela, una viga, un larguero o cualquier otra pieza, grande o pequeña, importante o superflua, se deteriora, se sustituye por otra; luego otra, unos años después unas cuantas más, y así da la sensación de eternidad. Los antiguos cristianos que acudían a rezar, o los modernos turistas, sólo perciben la belleza del conjunto, la majestuosidad de lo general, pero sólo unos pocos notaban que había una pieza nueva o echaban de menos la vieja que ya no estaba. 
Hoy siento la ciudad donde nací como una gran stavkirke. Y siento que así ha sido siempre, aunque yo no me hubiera dado cuenta.
Esta noche, para mí, la ciudad de mi infancia ha comenzado a ser una de esas iglesias de madera que ha perdido una pieza. Imperceptible para casi todos, a costa de ser pequeña; pero importante para los que la colocaron allí, para los que la cuidaron, para los que sintieron su cuidado o sencillamente, como yo, su presencia. Pienso en mi hermano, pero sobre todo en sus padres y su hermana, en su esposa, en sus hijos.
Para mucha gente pasó desapercibido y su ausencia no tendrá importancia. Muy pocos notarán el hueco que ha dejado, pequeño en el conjunto, inmenso en la capilla íntima en que era una pieza clave. Sólo unos cuantos sentirán durante años el vacío en la mesa del comedor, en el sofá, en la cama, en los cumpleaños, en las reuniones familiares. Algunos vivirán en algún momento su ausencia como un cambio profundo y radical en la ciudad, y notarán un hueco en algunas calles en las que nunca volverán a encontrarlo por azar. Y habrá vidas que nunca volverán a ser las mismas, aunque parezcan iguales.
La empresa para la que trabajaba contratará a otro obrero; y si esta Semana Santa que se acerca al galope nos fijamos en las filas de nazarenos, nos frustraremos intentando encontrar el hueco que ha dejado en su cofradía, o su presencia con la túnica morada y el capuz granate entre el gentío cuando se detienen, a descansar, frente a la catedral. Nadie notará nada: la stavkirke parecerá completa y nueva, como siempre. Y feligreses y recién llegados se regocijarán con su belleza. Pero algunos sabremos que no es así, que una sencilla pieza ha desaparecido. Y era una pieza nuestra.
Para todos, un abrazo. Era una gran persona, estoy seguro de que descansa en paz.
El Mayor de la Juanita, 16 de febrero de 2013
P.S. El original de la fotografía de la Stavkirke de Borgund puede encontrarse en http-//commons.wikimedia.org/wiki/File-Borgund_stavkirke.JPG
La fotografía de Frank la tomé en la Semana Santa de 2008.