jueves, 8 de abril de 2010

LO IMPORTANTE ES CONTARLO

Mientras no empeoren las cosas, bien
Mi padre es un filósofo nato. Él, supongo, aún no lo sabe; algún día se lo preguntaré. De más joven me descolocaba con sus refranes, sus argumentos, sus chascarrillos y sus originales respuestas, pero con el tiempo he ido aprendiendo. 
Por ejemplo, cuando alguien lo saluda y le pregunta cómo está, no suele contestar lo que marca el protocolo. Parece como si le molestara decir simplemente “bien”, o “vamos tirando”, o cualquier otra frase al uso. No señor, eso sería demasiado evidente. Y mi padre es un filósofo natural, no un tipo evidente.
A él algún amigo lo saluda en la calle con un “¿Cómo marcha todo?” y mi padre le contesta: “Bueno, mientras no empeoren las cosas, bien”. U otro: “¿Qué, cómo te va la vida?”; y él : “No sé, depende con quién me compares”. Y a partir de ahí la conversación puede tomar rumbos curiosos. De hecho, en más de una ocasión, los toma. Yo antes lo sufría; ahora lo disfruto.
Hace poco, un conocido bastante más joven pero igual de dicharachero que él se nos acerca por detrás, lo abraza y lo saluda diciéndole: “¡Que te estás haciendo viejo!”. Y mi padre, impertubable, le contesta. “¡Sí, pero yo, por lo menos, lo cuento!”
Seguimos siendo pobres
Aquella Primitiva que hicimos mi hermano el segundo y yo la pasada Semana Santa no nos ha llevado a ningún sitio. Lo he comprobado y nada; bueno, sí, hemos perdido dos euros, uno él y otro yo. Así que he abierto el correo electrónico y me he dispuesto a enviarle, en su rol de socio en el negocio, un e-mail breve y conciso: “Seguimos siendo pobres”
Un viejo cuento chino
Es chino, de verdad. Conozco de él varias versiones. En síntesis, es la historia de un hombre empeñado en discutir a su familia y vecinos los conceptos de suerte y desgracia. Un día se escapa el caballo (y el hijo se duele de su mala suerte); al poco regresa acompañado de otros dos (los vecinos lo felicitan por su buena suerte); pero al ir a domar a uno de ellos el hijo se rompe la pierna (qué mala suerte, se compadecen ahora los vecinos); pero estalla una guerra y los soldados del emperador se llevan a todos los jóvenes menos a su hijo, lesionado (y de nuevo albricias vecinales por su buena suerte), etc. El cuento es largo. En cada ocasión, el padre contesta lo mismo: “Esperemos a ver lo que trae el tiempo”. Lo importante, les dice, es la acción y lo correcto que ésta sea, no los resultados, que nunca acabaremos de conocer.
He recordado este antiguo cuento y he decidido cambiar el mensaje del e-mail. Ahora le quito el “pobres” y dejo escrito únicamente: “Seguimos siendo”. Pero no se lo mandaré, porque no sé si con estas dos palabras llegará a entenderme... o me entenderá demasiado.
Lo de pobres, o ricos, o más viejos, o felices, o desgraciados, o lo que sea, habremos de esperar, para saberlo realmente, a ver que nos depara el futuro. Quizás no hayamos tenido suerte... o quizás sí, quién sabe. Mientras tanto, seguiremos siendo, mientras Dios quiera, el tiempo que el Destino nos depare. 
Me siento relajado, rememorando las frases de mi padre: Mientras no empeoren las cosas, seguimos bien; aunque eso de bien habrá que verlo según con quién se nos compare. Y en cualquier caso, a día de hoy, nosotros por lo menos lo contamos. Voy a ver si hay suerte, encuentro algún licor que me apetezca en el comedor, y me tomo una copita.

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