domingo, 11 de abril de 2010

ENSIMISMAMIENTO

Hermosa palabra. De peligroso significado, no voy a negarlo, pero hermosa. Para entender su profundidad hay que reflexionar sobre el hecho de que es un verbo de los denominados de conjugación pronominal o reflexiva, de esos en los que hay dos pronombres. Uno de esos verbos que definen acciones en las que el sujeto es, al tiempo, quien recibe la misma acción que ejecuta, como por ejemplo: arrepentirse, callarse, herirse. 
Del mismo palo y el más auténtico: ensimismarse. Yo me ensimismo, tú te ensimismas, él se ensimisma. Y no se sale del uno mismo, para ensimismarse.
En cuanto al peligro que entraña su significado, está determinado por ser una acción que depende de cumplir con dos requerimientos previos insoslayables: el primero, una entrega a los propios pensamientos, al mundo interior, único y personal; el segundo, el olvido del mundo exterior, de aquello que nos rodea, sin importarnos cómo pueda influirnos. 
Una combinación que, llevada al extremo, o mantenida durante demasiado tiempo, puede generar curiosas patologías. Personales, sociales o culturales. Porque no sólo nos ensimismamos las personas; también los grupos, las naciones y hasta las civilizaciones, suelen pasarse de rosca sintiéndose más únicas de lo que realmente son, y perder de vista el mundo mediante la vulgar práctica de mirarse incesantemente el ombligo.
Pienso en positivo. Ensimismarse. Estar en sí mismo, consigo mismo, cerrado al resto. Olvidarse por un momento del viaje compartido, cerrar los ojos, pensar e intentar contentarse la pregunta: ¿quién soy yo? Y empezar a buscar la respuesta desenmarañando recuerdos, regresando a las múltiples infancias, añorando supuestas patrias del alma, recopilando sueños inconclusos, rehaciendo proyectos, asumiendo fracasos que se creían olvidados y estaban sencillamente ocultos.
Llevo una larga temporada, todo un invierno, de hecho, ensimismado. Hablando mucho conmigo mismo. A lo peor, demasiado. Llego a discurtirme como con una imagen de un espejo, de tanto ser yo sin serlo en tanto que no puedo ser, también, el Otro. Escribo básicamente para mí. Y me gusta. Aún no he llegado a entender razones ni por qués, pero hoy caigo en la cuenta de que está siendo así justo desde antes de comenzar el invierno.
Me voy al otro lado: En lo que tenga de cierta aquella afirmación de Ortega y Gasset de que el hombre es él y su circunstancia, el ensimismamiento, más allá de cierta medida, puede ser peligroso, como decía, al desequilibrar ostensiblemente la balanza hacia uno de los platillos, el del peligroso ego.
Quizás sea tiempo, pues, de regresar al equilibrio o al menos al intento de equidad, de salir del letargo, de volver al redil, de gozar de nuevo del “nosotros”. 
Un día de estos volveré a escribir a los amigos con cualquier excusa. Esperaré respuestas que sean no ya únicamente imprevisibles, sino incluso inimaginables, porque vendrán de ellos, y no de mí de nuevo. Y quizás, si el contexto y la realidad exterior ayudan, ampliaré la salida de mi ensimismamiento y quedaré con alguno, para compartir uno de esos platos cuya receta todavía no he compartido, o con una copa de vino o de cerveza. Lo que juzguemos necesario o conveniente en ese momento. 
Y espero que no nos ennosmismemos demasiado. Porque eso sí que sería volver a empezar. Ennosmismarse: un nuevo concepto que tendré que llenar de significados. 
P.S. Mi hermano —el segundo de la Juanita—, me hablaba hace  unos días al respecto de sustituir ensimismarse por enmimismarse. Le parecía más preciso usar la partícula “mi” que “si”. Le daremos también vueltas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario