sábado, 26 de junio de 2010

PROCASTINAR: LA PERSPECTIVA GUARESCHI



Música de fondo: Gary Owen o Garry Owen (si se puede, en versión sencilla para pífano y caja)
Con qué aire de fastidio y de conmiseración me miran cuando me ven llegar al ultimísimo minuto con mis cuartillas llenas de palabras escritas a máquina o salpicadas de garabatos en tinta china.
«Siempre a última hora, siempre tarde, este desgraciado de Guareschi», dicen sin despegar los labios.
En esos momentos, con litros de café y bicarbonato en vena, yo estoy saturado de nicotina, cansancio y sueño. La camisa, bañada en sudor, se me pega al cuerpo de no cambiarme en dos o tres días. Me duele todo (...) pero ellos me miran, sacudiendo la cabeza llena de necia cordura y me dicen: «¿Por qué siempre lo dejas todo para el ultimísimo minuto? ¿Por qué no haces tu trabajo poco a poco, cuando tienes tiempo?»
Yo jamás me he arrepentido en la vida de haber dejado para mañana aquello que podía hacer hoy. 
(...) Gracias a Dios.
Giovanni Guareschi. Prólogo de Don Camilo y compañía.
Lo estaba empezando a hacer bien. De verdad. No iba muy deprisa, lo reconozco, pero mejoraba. Hace poco, incluso, frente a un problema que veía venir, trabajé diferentes opciones de forma que, cuando realmente se presentó, yo ya tenía una respuesta preparada y lo solucioné de forma rápida y eficaz. Y me sentí a gusto. 
Y ahora leo esto.
El placer de los significados
Hay quien se apasiona con el fútbol; un partido ganado o perdido por un equipo o una selección los llevan al paroxismo o la depresión, a la felicidad o al caos. Y no digamos una liga o un mundial. A otros los turba el amor; a los de más allá la política. Haylos que incluso matan o mueren por esas u otras cosas similares.
Yo pertenezco a una comunidad extraña, minoritaria y casi maldita: la de aquellos a los que conmueve el significado de las palabras. Encontramos una nueva y perdemos de vista, aunque sólo sea durante unos momentos, el mundo; ese mundo que, a partir de ese nuevo concepto, empezamos a ver de forma diferente, para el que encontramos nuevas explicaciones, felices de haber descubierto un nuevo color a través del cual mirarlo. Algunas de las que me han conmovido en los últimos tiempos fueron: serendipidad, redarquía, cancamusa o procastinar. Ninguna, por cierto, me ha sugerido morir o matar por ella; todas, vivir un poco más intensamente, aunque sólo haya sido por momentos.
Esta última, procastinar, a la que dediqué hace meses una entrada en este blog, hace referencia a esa inveterada costumbre que comparto con muchos de dejar para mañana lo que tenemos —no lo que podemos, sino lo que tenemos— que hacer hoy. Y, asociados a esta funesta desactividad los incontables males del estrés, el fracaso, la pérdida de oportunidades...
Pues bien, una vez tomé conciencia de la gravedad del asunto, me  propuse cambiar. Poco a poco, pero significativamente. 
Seguí procastinando, dejando para después lo que debía hacer ahora, para mañana lo que había que hacer hoy, y para el año que viene algunas cosas que deberían estar solucionadas desde el año pasado. Pero superando de vez en cuando mi nefasta costumbre, observando mis cambios y sintiéndome satisfecho con mis pequeños avances.
En este lapso de tiempo, además, me he aficionado meditar sobre los consejos de un par de magníficos blogs de productividad y organización que, aunque aún no he empezado a poner en práctica —pero que conste, lo haré pronto, está ya previsto— me han servido para orientarme un poco en este mar proceloso de una vida entregada a posponer decisiones. 
Y ahora, que ya estaba en el camino, si no de la perfección y la excelencia, sí al menos de la mejora sustancial, voy y me encuentro con este prólogo de Guareschi. Que me ha llegado al alma, porque lo he leído como si lo hubiera escrito yo, y eso que no tiene ninguna palabra rara para encandilarme.
La perspectiva Guareschi
Trabajar bajo presión es una especie de deporte de riesgo que genera adictos. El cerebro, durante un tiempo apático, se despierta y pone en marcha mecanismos que nos producen cosquilleos en el estómago; envía señales, las suprarrenales se ponen ciegas a fabricar adrenalina, que llega al cerebro, que a su vez, completamente drogado, nos inunda de ideas y sensaciones. Y peleamos contra la adversidad que nosotros mismos hemos creado; y batallamos contra las condiciones adversas que hemos ido fabricando para darnos el lujo inútil de echarnos un pulso a nosotros mismos. Y es que, seamos francos, ¿a qué esperar que nos ponga zancadillas los demás o el azar, cuando nos las podemos poner nosotros mismos?
Lo que se pretende con tanta parafernalia, supongo, es vivir ese momento de alivio final de la batalla ganada, y ya se sabe: en una contienda, cuanto mayor sea el número de víctimas, más valor tiene el hecho de ser uno de los supervivientes.
Es la misma sensación que sentía cuando de niño iba a ver películas de indios y americanos y, en medio del caos y la desesperación de los colonos rodeados en su círculo de carretas sonaba, al fondo, el toque de corneta que anunciaba la carga del 7º de Caballería que los salvaría. 
Luego uno se entera de que en la batalla de Little Big Horn, todos los del 7º, incluidos el general George Amstrong Custer y el del pífano que interpretaba, mientras los masacraban, la popular marcha Gary Owen, murieron a manos de esos sioux a los que tantas veces habían vencido en las películas de Hollywood.
Pero para los aventureros de verdad la historia —sea la personal o la colectiva— es un detalle sin importancia; esa batalla forma parte del mito, no es real; y lo real, comprobado una y otra vez, es el cornetín de órdenes del 7º de caballería tocando a carga. Es la adicción a la salvación por el 7º de caballería. Que Dios nos coja confesados.
Giovanni Guareschi, en este sentido, fue un referente, un arquetipo, un mito. Uno lee el prólogo a Don Camilo y compañía y no puede menos que emocionarse. No sólo defendió la procastinación —aunque él no conociera el concepto— sino que llegó más lejos: propuso que dejar para mañana lo que debes hacer hoy, disfrutar del presente para correr luego y entregar el trabajo en el último momento, no sólo no está mal, sino que es un método tan eficaz como otro cualquiera para triunfar en la vida. Y lo demostró con la suya. Con un par. ¡Un brindis por don Giovanni!
El eterno camino de en medio
Pero por más que me atraiga la idea —la llamada del abismo, de nuevo, con el pífano y la caja interpretando Gary Owen mientras carga la caballería— posiblemente la solución no esté, al menos para mí, ni en un lado ni en el otro.
Por mi forma de ser, veo que necesito organizarme, trabajar con método, fijarme metas y cumplirlas para no dispersarme continuamente. Pero, al tiempo, estoy convencido de que perdería parte de mi idiosincracia, y de mi sutil forma de entender la felicidad, si no me dedicara, periódicamente, a perder miserablemente el tiempo, aunque luego tenga que correr para salvar el culo, como una liebre perseguida por los galgos. 
Nunca seré como esos organizadores metódicos que utilizan la metodología GTD, ni lograré emular al pachorra de Guareschi. Aunque creo que los primeros, a pesar de sus fantásticas estructuras teóricas sobre el control del tiempo, acaban perdidos en la vida demasiado a menudo; y que don Giovanni, aunque le pesara, más de una vez hizo las cosas a su debido tiempo.
Así que a lo mejor tampoco lo estoy haciendo tan mal. No sé, digo yo.

P.S. 
En un alarde de humildad y, reconozcámoslo, también de inconsciencia, le di a leer el prólogo a mi hijo adolescente, que de esto de procastinar sabe también un rato. Sonreímos juntos mientras lo leíamos, Dios me perdone. Y que sea, por favor, el mismo Dios al que le da las gracias don Giovanni y al que nos encomendamos cuando no llega a tiempo ese 7º de caballería, que somos, en última instancia, nosotros mismos. 
Y es que, como dice también Guareschi en el mismo prólogo: “Y escucho las historias que cuenta el gran río y la gente dice de mí: «Cuanto más viejo, más inconsistente». Lo cual no es cierto, pues yo siempre he sido inconsistente”

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