lunes, 25 de enero de 2010

PROCASTINAR



Para escuchar: Wim Mertens: Time Passing, y Birds For the Mindambas en The Belly Of An Architest
                                                                                        
          “La poesía no se hace con palabras, sino con el significado de las palabras”





Siendo adolescente, caminaba una tarde de invierno, no importa por dónde. Llovía con aquella lluvia fina que por Navarra llaman chirimiri, en otros sitios llovizna, y en Castilla, más crueles, llamamos calabobos. Yo me estaba mojando, obviamente, pero no me importaba. La tarde era fría, y mi estado de ánimo me empujaba a estar solo y allí, paseando. Un viejo fraile dominico –haciendo lo mismo, aunque supongo que por razones distintas– se me acercó y comenzamos a charlar. Y en momento en que yo cité la suave lluvia, el casi me reprendió: no, no llueve: orvallea.
Así fue como supe de esta palabra. Y que no era un simple sinónimo, porque no era sustantivo, sino verbo, aunque con esa forma de conjugación limitada de los impersonales propios y transitivos. Y lo que tenía que ver con el color verde de su Asturias natal. Y me pareció preciosa. Luego continuamos cada cual nuestro camino. Seguía orvalleando, y siguió haciéndolo en mi interior incluso cuando, un rato después, me puse a cubierto.
Así son algunas palabras. Las conoces y te enamoras. A veces las compartes con quienes aprecias, pero inútilmente: las palabras pueden compartirse; lo que te hacen sentir, ni siempre ni tanto.
Otro escenario, años después. Camino una noche de niebla abrazado a una amiga. Comienza a caer un agua fina que cala hasta los huesos. “Vamos a darnos prisa, que empieza a llover”, me dice; yo la miro y le espeto, de repente: “no, no llueve, orvallea”. Ella se queda en silencio, perpleja, sonriéndome. Entonces entendí que su mirada me decía: “Caro, mira que te aprecio, pero si sigues por ese camino lo tienes oscuro conmigo”. Y me prometí cuidar mis palabras en adelante, también sonriéndole y mudo.
Pero no he aprendido, porque hay cosas que no pueden aprenderse. Hace muy poco he conocido a otra palabra. Y me he vuelto a enamorar. Esta vez, la elegida de mi corazón es, de nuevo, otro verbo : procastinar.
Y así, como antaño me empapé en cientos de ocasiones sin ni siquiera saber que estaba orvalleando, ahora he vivido un shock al saber que llevo procastinando casi toda mi vida... y así mismo sin enterarme. Y no sólo eso: acabo de tomar conciencia de que la tal es una de las actividades más nefastas a las que una persona puede dedicarse. Y yo he llegado al abuso. Pero, me pregunto ¿cómo evitar, o enmendar, algo que ni siquiera sabemos que existe? ¿Cómo salir del error si ni siquiera somos conscientes de que en él nos hundimos?
Procastinar. Leo su etimología: del latín pro, que significa adelante, y crastinus, que hace referencia al futuro. Su significado es terrorífico: diferir, aplazar; dejar para mañana lo que puedes hacer hoy. Cito casi textualmente la referencia que nos ofrece la Wikipedia:
“(...) es la acción o hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes y agradables.
Se trata de un trastorno del comportamiento que tiene su raíz en la asociación de la acción a realizar con el cambio, el dolor o la incomodidad. Éste puede ser psicológico (en la forma de ansiedad o frustración), físico (como el que se experimenta durante actos que requieren trabajo fuerte o ejercicio vigoroso) o intelectual. El término se aplica comúnmente al sentido de ansiedad generado ante una tarea pendiente de concluir. El acto que se pospone puede ser percibido como abrumador, desafiante, inquietante, peligroso, difícil, tedioso o aburrido, es decir, estresante, por lo cual se autojustifica posponerlo a un futuro sine die idealizado, en que lo importante es supeditado a lo urgente.”
Ahora sé por qué estoy donde estoy, y no donde debiera estar; la razón por la que soy lo que soy y no lo que pudiera haber sido. Por procastinar. Por abusar del procastineo, por mi adicción a un producto que acabo de inventar llamado procastina... qué sé yo. Pero hoy presiento que esto va a ser difícil de reconducir.
Libros por escribir, cuadros por pintar, canciones que harían las delicias de amigos y enemigos. Estudiar inglés, aprender música, seguir una carrera que no sea la del galgo. Pero uno estaba procastinando, enredando en la Red, curioseando entre los profundos artículos de la Playboy, tomando una cerveza con otro iluminado, leyendo una novela horrorosa que se seguía por saber cómo acababa, arreglando el mundo con dos simples, discutiendo con el tonto de al lado. Procastinando hoy sí y mañana también. Y de día y de noche.
Sin control. Sin alternativa. Sin solución. 
Yo era de aquellos que, como decía aquel, me animaba a cada momento a hacer una cosa nueva para no preocuparme por las otras trescientas cosas nuevas más importantes que también tenía que hacer y me tenían estresado. ¿He escrito “era”?
Y ahora, en que me doy cuenta gracias a una palabra de la que casi recién me he enamorado, no sé que hacer. Busco el antónimo, que es como el antídoto, pero no lo encuentro en ningún diccionario de antónimos ni en ninguna botica de antídotos. ¿Y si no hallo el antónimo? ¿y si no existe antídoto?... ¿y si no hay remedio?
***
Al borde ya de la desesperación encuentro, si no la cura, al menos un paliativo: la idea de que, haga lo que haga, siempre podría estar haciendo otra cosa, al menos, tan importante o más. Así que, recomienda alguien menos abatido que yo, la solución no está en no procastinar, sino en procastinar bien. Esto se anima, pienso ¿aprenderé? Bueno, de momento ahora ya estoy un poco más ilusionado con el futuro.
El que no se conforma es porque no quiere.
En este momento, por ejemplo, tengo un montón de trabajos pendientes. Y en cambio, aquí estoy, escribiendo este blog, que es una inutilidad pero que me resulta mucho más agradable. Así que me rebelo y me dispongo a dar el primer paso hacia mi libertad: voy a cerrar esto y me pongo a dar el callo. ¡Se acabó el procastinar!
Miro por la ventana. Me invade una suave calma; la tarde es gris y una fina capa de agua empieza a remojar la tierra ya mojada, gris también, y no verde. Creo que voy a oír música mientras la contemplo. Porque en estos momentos no, no llueve: orvallea.

1 comentario: