miércoles, 16 de diciembre de 2009

¿SOY FELIZ? ¿CÓMO? ¿CUÁNTO?



Hace años, en una de esas pajaradas a las que me someto periódicamente con un método y una precisión casi gimnásticas, me dio por reflexionar sobre el significado de la palabra “felicidad”. Gracias a Dios, y a cierta desidia congénita, no llegué muy lejos, abandoné pronto, y mi salud mental no se resintió demasiado.
Empecé planteándome, de entrada, los límites del concepto.
Después, si era más exacto conjugarlo con el verbo ser o con el estar (¿que implicaciones tiene confundir un estado transitorio con una característica inmutable o de largo alcance, ¿se puede ser feliz como se es alto o idiota, por ejemplo? ¿o siquiera como se es joven o hermoso?).
Y, finalmente, incluso si era más procedente acercarse a él desde el escepticismo, el pesimismo, el optimismo, el cinismo, o simplemente la fe o la falta de confianza en el género humano. Hoy no tengo valor para recordar si llegué a alguna conclusión válida, que es aún otoño y uno no puede jugar con fuego. Lo que sí recuerdo es que situé en sus extremos dos concepciones, aparentemente opuestas, sobre las que solía meditar a menudo por aquel entonces.
De un lado, la de Abd al-Rahmán III (891-961), califa de Córdoba, constructor de la ciudad jardín de Madinat al-Zahra en honor de una de sus favoritas, la bellísima Azahara, a quien se la dedicó y con quien al parecer la gozó.
Antes de morir, cuentan que escribió: “He reinado más de cincuenta años, en victoria o en paz. He sido amado por mis súbditos, temido por mis enemigos y respetado por mis aliados. Las riquezas y los honores, el poder y los placeres han aguardado mi llamada para acudir de inmediato. No existe terrena bendición que me haya sido esquiva. Con una vida así, he anotado diligentemente los días de pura y auténtica felicidad que he disfrutado: suman catorce”. En otra versión, el final es más pletórico, si cabe: “Y en esta larga y dilatada vida he sido completamente feliz durante catorce días”, y dicen que añadió, por si quedaban dudas: “aunque no seguidos”.
En el extremo opuesto situé los anhelos de cierta secta de gnósticos cristianos, que defendían la felicidad desde el sentido profundo y místico de una Ignota nulla cupido: de una ausencia del deseo de lo desconocido. No pienses en lo que hay más allá, predicaban, no te compliques por lo que ha de venir, no desees lo que no se te alcanza... y sé, así, feliz. Es, simultáneamente, la felicidad de los niños, de los tontos, y de los que han alcanzado la iluminación. Los miembros de tan curiosa secta creo que deambularon allá por el siglo II y no sé si fueron felices, pero sí que desaparecieron rápidamente (sé que la referencia exacta puedo encontrarla en la introducción a los Tratados y cánones de Prisciliano, pero no me apetece buscar ni el dichoso libro ni la no menos dichosa referencia).
Para ellos el dichoso dicho (viva la redundancia) no era una frase, sino un axioma (en el sentido literal, el de una “verdad evidente” que no necesita demostración porque se justifica a sí misma). Describían la felicidad como el arte de aceptar humildemente lo que uno ve, oye, siente o tiene (la propia vida, sin ir más lejos). Ignota nulla cupido: Frase lapidaria que podría interpretarse que acerca y expresa al tiempo la felicidad de las mentes más profundas y de las más obtusas: próxima tanto a la filosofía del maestro Zen más preclaro y al conformismo del tonto de capirote más tonto y más de capirote del pueblo. Y si no fuera casi un pecado intelectual me atrevería a aventurar que quizás ambas no estén tan lejos y que esa proximidad es la que el axioma revela.
Según la perspectiva del califa, que Alá lo tenga en su gloria, me iba a ser difícil, por no decir imposible, llegar a sentir esa manifestación de la plenitud que conocemos con el nombre de “felicidad”.
Según aquellos gnósticos, el acceso parecía más accesible (viva de nuevo la redundancia), aunque, si se profundiza, es fácil intuir también grandes dificultades: ¿Acaso no perdemos gran parte de nuestra vida buscando y añorando justo lo que no tenemos, y despreciando aquello que nos ha sido dado? ¿No nos angustiamos por no poseer no sé qué tonterías mientras perdemos, buscándolas, la juventud? ¿Acaso no invertimos nuestro tiempo en trabajar más y más para adquirir cosas que luego no tenemos tiempo de disfrutar porque hemos de seguir trabajando para tener más cosas? ¿No lloramos por lo que perdemos y nos reprochamos, una vez perdido irremediablemente, no haberlo valorado más cuando aún estaba y era accesible o nuestro, sea un amor de juventud, la salud, o la presencia de un padre o un hijo?
Catorce días de felicidad, desde esta perspectiva, tampoco me parecían moco de pavo.
Todo esto lo recuerdo ahora, cargado de trabajo pero con ganas de evadirme (¿buscando ser feliz? ¿estar feliz? pero ¿feliz cómo? ¿como Alb al-Rahmán, como los gnósticos, como el maestro Zen, como el tonto del pueblo, como sólo yo puedo serlo, como quién?) mientras observo un diagrama de flujos, sencillo y simple, que he encontrado por casualidad en un blog y que me ha dado una visión diferente. Quizás no importe tanto ser feliz como... sino cómo ser feliz. ¿Puede aplicarse la lógica a la búsqueda de la felicidad? Por probar que no quede.
Quizás las cosas sean mucho más sencillas. Quizás no. Quién sabe. El diagrama da para mucho, o, cuanto menos, puede dar. Yo he empezado a buscar respuestas; si un día llego a alguna conclusión, y la felicidad no me distrae demasiado, ya daré nuevas pistas u ofreceré mis conclusiones.
P.S.1. En el blog donde encontré el diagrama algunos opinaban que estaba incompleto, así que me he permitido traducirlo del inglés y hacer un par de modificaciones siguiendo sugerencias.
P.S. 2. Por si alguien accede a este blog y es incapaz de aguantar las dudas: los gnósticos a los que hacía referencia eran los seguidores de Basílides (muerto en 145 d.C. según fuentes fiables), un tipo que se hizo también famoso en su época por recomendar la soltería (lo cual es una nueva y concluyente prueba de que, independientemente de que accediera a la felicidad, o no, o era muy espabilado, o tonto de remate).


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