martes, 26 de noviembre de 2019

8. La soledad, la terrible noticia, la viola

Llegaron las primeras nieves. La soledad. La calma, al menos la exterior. Y así llegó y pasó el invierno.
Cuando despertó la primavera, el luthier volvió al claro del bosque y esperó con su laúd, tarde tras tarde, a que apareciera Lorien. Pero la joven nunca vino. Primero se consoló pensando que quizás el tiempo aún no era bueno, luego se preocupó por su salud, hasta que la vio un día paseando con su ama, camino de su casa; finalmente, cayó simplemente en la tristeza. 
Y entonces, recién comenzado mayo, la noticia corrió por la ciudad: Lorien se casaba con el hijo de un rico comerciante de una ciudad cercana. La boda estaba apalabrada entre las familias, que unirían con ella esfuerzos y capitales y se convertirían en uno de los clanes más poderosos del reino. En la ciudad del novio, la que está situada sobre la colina alrededor de la cual el río hace la curva que lo dirige definitivamente hacia el mar, comenzaron con urgencia a construir el palacio donde viviría la pareja; los pocos viajeros que llegaban de allí contaban cómo se afanaban los carpinteros, los maestros de obras, los pintores, los tejedores ... parecía que media ciudad había dejado sus tareas cotidianas para dedicarse a reconstruirla, poblarla de cosas y embellecerla para la llegada de la hermosa esposa. 
De Lorien, protegida de las miradas y los calores del cercano verano por la sombra de sus aposentos, apenas se sabía nada. Corrían, eso sí, rumores. Se hablaba de que había enfermado de melancolía pero, la verdad: a nadie parecía importarle su dicha y su salud, preocupados como estaban por los próximos festejos que iban a disfrutar. No en vano Doeor también empezaba a organizarse para celebrar lo que sería el evento más importante en mucho tiempo y ello requería esfuerzos, inversiones e imaginación, además de ser una fuente segura de trabajo y riqueza para muchos artesanos y agricultores… sobre todo para aquellos que habían visto desaparecer sus beneficios o sus posesiones cuando el dragón les impuso el terror con su presencia. 
Del luthier nadie parecía preocuparse. Había cobrado más de lo que sin duda le correspondía y, si vivía retirado, era problema suyo, pensaban. No había nacido allí —comentaban en voz baja en las tabernas, despectivamente—, de forma que podía estar agradecido y satisfecho de haber conseguido la posición que tenía siendo un extranjero. Una posición inalcanzable para la mayoría, por cierto.
De hecho, incluso algunas gentes habían comenzado a sospechar de él y murmuraban con extrañeza acerca de su forma de vida. No entendían cómo una persona tan rica no organizaba fiestas, asistía a espectáculos o buscaba compañía o asueto y, en cambio, había elegido seguir trabajando en su oficio, continuar yendo al bosque a hacer sabe Dios qué y construir instrumentos que luego no vendía. 
Si pudieran observar qué pasaba cuando cerraba los ventanales de su taller aún se habrían asombrado más; y habrían terminado pensando que se había vuelto loco si hubieran llegado a ver la viola en que pasaba las horas de las noches en que el sueño se negaba a visitarlo: tenía un cuerpo armonioso, un mástil de una delicadeza nunca vista y dos filas de cuerdas, de forma que el sonido lo producían las inferiores, al vibrar por simpatía con las superiores cuando el arco las hacía temblar. Y es que estaba poniendo su alma en un instrumento que realizaba con las mejores maderas que los gnomos, hacía ya tanto tiempo, le habían regalado.
Cuando ya se habían segado las mieses y recolectado todas las manzanas, el burgomaestre anunció el día de la boda: sería en el próximo noviembre, antes de que llegaran las primeras nieves; a apenas unos días de que cumpliera el plazo que le había dado el luthier para exigir la mano de su hija. 
¿Casualidad? ¿premeditación? Cada cual hizo sus cábalas y en cada corrillo de mujeres se sacaron diversas conclusiones. Fuera cual fuera la razón, el día estaba señalado, y todos se pusieron en marcha para tenerlo todo preparado el día previsto. 

Unas semanas más tarde, en un atardecer otoñal, Tahar fue a mostrarle el sonido de su viola al bosque y todos sus habitantes supieron que había conseguido fabricar un instrumento maravilloso que despertaba sentimientos dormidos, ahondaba en las conciencias y multiplicaba las sensaciones. Los gnomos, los ciervos y los lobos, los pájaros y hasta los árboles cercanos se concentraron en escucharla, y a todos los inundó la felicidad, danzaron incansablemente, lloraron al ver ponerse el sol, rieron cuando la luna iluminó el claro y durmieron el más placido de los sueños cuando justo comenzaba a amanecer. Pero, entre melodía y melodía, un roble recordó que, mucho tiempo antes, el sonido de una viola parecida había hecho arrancarse con su propia mano el corazón a un criminal, y un petirrojo cantó que, en un pueblo muy lejano, el mejor de los padres tocaba un instrumento parecido cada noche para que sus hijos durmieran plácidamente.

2 comentarios:

  1. En mi opinión, este Nº 8 retoma la fuerza y el estilo que había decaído en (4, 5, 6, y7)
    Al menos a la hora de leerlo yo.

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  2. Perdón. Me confundí (5, 6, y 7) El cuatro estaba en la misma línea.

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