lunes, 4 de noviembre de 2019

3. Las razones del viaje

Vivía antes Tahar en una floreciente ciudad, y había aprendido el oficio con un gran maestro que, al morir sin hijos, le había dejado en herencia el taller, por lo que tenía su porvenir asegurado y solía conseguir casi todo lo que deseaba. 
Fue aquella una época feliz, pero un día llegó un pintor, lo visitó porque necesitaba hacer unos bocetos, se tomaron afecto e incluso una noche, como prueba de su amistad, le regaló una flauta preciosa. Solían cenar juntos y se quedaban hablando muchas noches, a veces hasta el alba. En uno de esos amaneceres, al hilo de una conversación sobre música, el pintor le habló de una maravillosa muchacha que tenía una voz con la que ningún instrumento fabricado por la mano del hombre podría competir. Pero —añadió quedamente— se guardaba mucho de cantar, ya que era muy reservada, y eran contadas las personas que la habían oído, aunque todas estaban de acuerdo en que era lo más hermoso que podía oírse. Su elevada posición social, al ser la heredera del burgomaestre de la ciudad, la hacía aún más inaccesible, pero él había logrado permiso para retratarla y había de reconocer que su rostro era merecedor de una voz como la que poseía. Tahar lo escuchó con atención pero, además de no creérselo del todo, no le dio más importancia que a las demás historias con que solían entretenerse. 
Mas una tarde de invierno el pintor vino a despedirse: había finalizado su encargo y debía partir de aquella ciudad, a la que quizá nunca volvería. Y antes de marcharse quería obsequiarlo también con algo como prueba de agradecimiento y de amistad: así que de una bolsa de cuero sacó un pequeño paquete cubierto con un fino lienzo, lo puso sobre la mesa, trajo cuantas velas encontró, las encendió todas, desdobló la tela y apareció entonces una miniatura pintada sobre madera: era el rostro de una joven que miraba sonriente y, en cuanto la vio, Tahar supo que sería el amor de su vida. 
Ese fue el regalo del pintor, y desde su marcha la vida del luthier no tuvo paz: vivía desasosegado, no dormía bien, apenas probaba bocado, no disfrutaba con sus amigos, andaba siempre intranquilo y sus instrumentos empezaron a tener un timbre que cautivaba a la gente pero que sumía en una profunda tristeza a los que los escuchaban. 
Así que un día cerró su taller, empaquetó sus herramientas, subió a su carro y, tras muchas semanas de viaje, llegó a la ciudad donde ahora estaba, que era el lugar donde ella vivía. Antes de cruzar su puerta, cuando salía del bosque cercano, se percató de la presencia de un gran cuervo y, ahora que lo pensaba, tuvo la vaga sensación de haberlo visto en varias ocasiones a lo largo del viaje; pero no le dio más importancia.
Pasó allí algunos años: sólo en dos ocasiones vio el rostro de la mujer que amaba y nunca la oyó cantar. Sabía que no podía aspirar a ella por pertenecer él a un estamento inferior, pero le bastaba tenerla cerca para ser feliz, de forma que, desde su llegada, sus instrumentos comenzaron a hacerse famosos en todas las fiestas porque tenían ahora un sonido alegre que impregnaba el aire de felicidad y provocaba risas contagiosas. 
Taldrín escuchó atento su historia y, cuando hubo terminado su relato, le dijo:
— Te he dicho que no podía darte nada y no te mentía, porque creía que eras de los que desean riquezas materiales. Pero ahora, tras escucharte, creo tengo dos regalos para ti: Son sólo indicaciones mas, si sabes aprovecharlas, quizá te sean de ayuda. Y le contó que el árbol junto al que vivía tenía una rama donde se había posado el pájaro del Hada de los Ojos Dorados lo que sin duda la convertía en la mejor madera para fabricar cualquier instrumento que deseara, dado que ese pájaro vuela siempre y no se apoya nunca salvo en el hombro de su dueña; después lo acompañó a un claro cercano, le señaló un lugar sombreado al lado del arroyo y le informó de que era el lugar donde venía, algunas tardes claras de primavera y otoño, la hija del burgomaestre, que solía cantar acompañada de pájaros y vientos. 

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