domingo, 17 de noviembre de 2019

6. El luthier desea probar fortuna.

Fue entonces cuando, un frío día de noviembre, ante el desesperado Pleno del Concejo de Doeor que se celebraba en la plaza, se presentó Tahar. 
A muchos les resultaba conocido, pero pocos lo recordaban con detalle. Era una época difícil y nadie tenía tiempo para preocuparse de las andanzas de un luthier que gastaba su vida buscando maderas en el bosque y ganaba su dinero fabricando instrumentos —por bien que sonaran—. 
Todos oyeron su ofrecimiento de salir a combatir al dragón y, aunque muchos sonrieron con condescendencia y nadie le concedió el más mínimo crédito, le aseguraron que, de lograrlo, el premio sería suyo. 

Suponiendo que no había nada que perder, a la mañana siguiente abrieron los portones de la ciudad y lo dejaron ir mirándolo como se observa un barco navegando a la deriva: sin armadura, sin espada ni lanza, sin un hacha o un simple cuchillo; únicamente con un laúd colgado a la espalda.
Cuando atravesó el puente levadizo la multitud ya estaba apiñada en las almenas: en medio de las miserias que los afligían no era de desdeñar el terrible espectáculo de ver morir a un loco a manos de un dragón. 
Tahar se dirigió al monstruo con tranquilidad, se sentó sobre una gran piedra que había junto al camino, observó cómo aquel cuervo negro que tanto lo frecuentaba picoteaba un campo contiguo sin miedo a interrupciones, terminó de afinar el instrumento y esperó a que el monstruo se acercara a la distancia adecuada. Cuando el dragón, hambriento, se aproximó solícito para comérselo, él comenzó a tocar y éste, poco a poco, se fue quedando dormido: cesaron así las llamas que arrojaba su boca, callaron sus terroríficos rugidos y, casi con solemnidad, se tumbó en el suelo a descansar apaciblemente. Y se durmió con un sueño tan profundo como no había hecho nunca.
Desde las murallas nadie entendía nada. Estaban al tiempo alborozados —el dragón ya no parecía peligroso—, decepcionados —esperaban ver la sangre de aquel imbécil— y preocupados —había mucho dinero en juego… y la hermosa muchacha.
A esa distancia el sonido del laúd no se escuchaba y lo que vieron los dejó atónitos. Si hubieran podido oír algo, si el viento hubiera llevado sólo uno o dos acordes hasta ellos, les hubiera resultado fácil saber qué pasaba, pero, así, todos pensaron que había sido una simple casualidad. 
Todos menos Lorien, cuyo corazón latía en silencio esperando su vuelta. Todos, incluso su padre, que ya se lamentaba de la promesa y el ofrecimiento que había mantenido hasta entonces. 
Esa tarde, los pocos guerreros que quedaban en la ciudad, al principio temerosos por si despertaba sobresaltado, luego envalentonados al ver que dormía tan profundamente, se afanaron inútilmente en matar al prodigioso animal: sus escamas formaban una cota de malla que ningún arma podía atravesar. Tras casi todo un día de vanos intentos, después de reunirse el Concejo y con ayuda de todos los artesanos disponibles, optaron por montar unos andamios con grúas, construyeron una plataforma con ruedas, lo subieron, lo ataron a ella y lo transportaron, entre clamores y vítores, a una de las enormes mazmorras de Doeor. Allí lo cubrieron de cadenas y encerraron tras unas enormes puertas de hierro repletas de candados que todos los herreros de la ciudad se habían afanado en fabricar para que todos pudieran descansar tranquilos.

Esa noche, la ciudad, tras mucho tiempo, durmió. Aunque no todos lo hicieron tranquilos.

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