sábado, 28 de agosto de 2010

ANIMALARIO. 4. DE LA QUIETUD Y EL MOVIMIENTO: EL EFECTO MARIPOSA



A veces nos preguntamos por qué, con tantos datos, conocimientos y posibilidades de tratamiento informático, es tan difícil predecir el tiempo atmosférico para dentro de un semana en un sitio determinado. O por qué se equivocan los meteorólogos en las predicciones de ayer para hoy.
La respuesta, o al menos una de ellas, se encuentra en un descubrimiento del meteorólogo Edward Lorenz.
Lorenz se dispuso, allá por 1960, a encontrar un sistema para estudiar las variaciones en grandes masas de aire que le permitieran afinar más en las predicciones del tiempo. Lo logró y estableció un modelo en base a tres ecuaciones, que llevan su nombre, y que se utilizan todavía para hacer estudios y simulaciones.
Pero se sorprendió al observar un detalle: Si en su modelo introducía una mínima variación en las condiciones originales, el resultado final podía llegar a cambiar de forma extraordinaria. Según una expresión que se ha hecho célebre, el efecto en el aire del aleteo de una mariposa en la India, propagado y repercutido, podía provocar unos años después un huracán en Nueva York. Y ningún meteorólogo puede tener en cuenta esa infinitud de pequeñas variables que inciden en el resultado final.
El efecto mariposa ha servido, desde la perspectiva científica, para estudiar sistemas complejos basados en el caos o definir la imposibilidad de hacer predicciones más allá de unos límites —el llamado horizonte de predicciones—; se ha aplicado después a la literatura, al cine o a explicar cómo funciona internet. Y seguirá sirviendo de ejemplo a innumerables explicaciones y análisis. A los que siguen, sin ir más lejos.
Imaginemos una mariposa. Posada sobre una flor. Inconsciente del poder de su tenue aleteo. De pronto, por un maravilloso milagro, toma conciencia de sí misma, de parte de la complejidad del mundo, de los posibles efectos de su suave vuelo. Si en ese momento padeciera un ataque de responsabilidad, se quedaría parada, inerte, temerosa de las posibles consecuencias de su vuelo, y allí sucumbiría. 
Si, por el contrario, fuera simplemente responsable, y no presa del pánico responsable, se plantearía que, en ese momento, millones de mariposas, de pájaros y de aviones están volando, quien sabe si provocando huracanes, o contrarrestando unos los que producen los otros. Así que haría lo que ha de hacer: echar a volar en busca de otra flor.
No es así. O nosotros creemos no es así. Damos por sentado que las mariposas carecen de conciencia y, por ende, de responsabilidad; que sólo se importan ellas. Buscan comida, se aparean, pululan, y mientras lo hacen, ignorantes de todo, es posible que provoquen un tornado a miles de kilómetros y a decenas de meses, mientras llenan el bosque de color y belleza. En cualquier caso, lo que pensemos no cuenta: cuenta, en cambio, que, tanto si son responsables como si carecen del sentido de la responsabilidad, actúan de la misma manera: volando.
Porque lo que no hacen es caer en la tentación del pánico de una responsabilidad que escapa a su comprensión.
La consciencia de la complejidad, tan buena para algunas cosas, cuando sobrepasa ciertos límites, nos distrae en mil preocupaciones y nos condena a la inacción inútil, a la observación sin participación, al pensamiento puro y estéril. Nos preocupamos tanto por las posibles consecuencias de lo queremos hacer que, en ocasiones, optamos por quedarnos quietos, atemorizados... sin percatarnos de que eso también tendrá consecuencias imprevistas.
Esta noche repaso mi vida: encuentro fácilmente algunas de las cosas que he hecho de las que me arrepiento. Lo que más me duele, sin embargo, son las reflexiones sobre aquello que no he hecho. Sufro cuando enumero todas aquellas acciones que deseé llevar a cabo y, ya fuera por miedo —sobre todo al fracaso—, por vergüenza, por el qué dirán o por cualquier otra excusa igualmente estúpida, me resigné a abortar. Ataques de pánico responsable que no supe vencer. Crisis de inmovilidad que es cualquier cosa menos natural. Porque lo natural en una mariposa es volar, y en una persona vivir lo que se le viene encima. O lo que sueña.
Cualquier ser vivo, incluidos los niños, se dedica a hacer aquello que mejor sabe hacer: HACER. El resto de los seres vivos asume casi de inmediato las consecuencias de sus actos, mediante ese paradigma que es la causa y el efecto. Los niños no, son unos seres privilegiados, aunque inconscientes de su privilegio, que son salvados una y otra vez de su errores por los adultos cercanos, aunque no siempre sin costes.
Hay adultos que se niegan a dejar de ser niños: actúan irresponsablemente y esperan que alguien asuma las consecuencias. No han aprendido a crecer, ni aprenderán mientras otros, con la excusa de un amor mal entendido, se lo consientan.
Otros han olvidado que la niñez está ahí para enseñarnos las cosas más importantes; viven acobardados y se resignan a un hacer limitado por lo que los demás les imponen. Han perdido el sentido del riesgo y el recuerdo de la sabiduría que da la experiencia vivida. Ya no saben jugar.
Unos terceros han aprendido el valor de aprender, de los aciertos y de los errores, y no han dejado de actuar. Sopesan, antes de actuar, las posibles consecuencias, pero tienen presente, por encima de todo, la más terrible de todas: la derivada de la extrema quietud. Porque no hacer, es, mal que le pese a algunos, otra forma más de actividad que conlleva responsabilidades sobre unos efectos más perniciosos que cualquier otro. 
A veces, se producen huracanes en Nueva York porque una mariposa, temerosa de todo, se quedó quieta en un bosque de la India.

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