domingo, 22 de agosto de 2010

ANIMALARIO. 3. DICROCOELIUM DENDRITICUM

Este post debía cerrar el ciclo actual con la etiqueta “animalario”. Así lo pensé en su momento, cuando hice el listado. Pero, finalmente, he decidido cambiar el orden de publicación e incluirlo ahora.
Cada entrada del blog tiene una historia oculta. La de esta es una de las más complicadas. Tiene que ver con mi proyecto de leer, este otoño, un libro de Dan Dennett titulado Romper el hechizo: la religión como un fenómeno natural; con la ponencia que hizo este autor en un TED en Monterrey en 2002; con un un encuentro al azar y con unas cuantas búsquedas en blogs de veterinaria. Todo esto, junto y relacionado entre sí, me movió a escribirlo.
Lo que me ha movido a avanzarlo: Ir anteayer, en familia, a ver la película “Origen”. Mis hijos, que ya la habían visto con sus amistades, nos explicaron de qué iba, propusieron analizarla y discutirla con calma... y allá nos fuimos, a la sesión de las cinco. 
El fenómeno del parasitismo
Se define un parásito como un ser que vive a costa de otros.  Se trata de una relación asimétrica en el que uno, el parásito, consigue la mayor parte de los beneficios a costa del otro, el hospedante (se le denomina huésped, pero la palabra es equívoca), que es el que paga los platos rotos llegando a perder, a veces, su propia vida. Los hospedantes se consideran especies explotadas, y se caracterizan por no recibir ningún beneficio por los servicios prestados.
El muérdago, la garrapata o la tenia, serían algunos ejemplos de parasitismo que nos ofrece la naturaleza
Esta forma de vida, obviamente, va más allá de la biología: a nadie se le escapa que hay también parásitos sociales que se incrustan desde el ámbito más primario, el familiar, a grandes organizaciones como,iglesias, empresas, sindicatos y hasta el mismísimo Estado o instituciones supranacionales como la ONU, absorbiendo, sin aportar mucho a cambio, recursos de los miembros activos y responsables del colectivo.
Lo que pretenden los parásitos es simple: cubrir sus necesidades sin recurrir a otro esfuerzo que colonizar y explotar a otro animal, planta u organismo, biológico o social. El chollo, vaya.
La impronta biológica: satisfacer nuestras necesidades
En principio, todo ser vivo orienta su comportamiento a sobrevivir en dos sentidos. Está programado para seguir vivo y para reproducirse, perpetuando su herencia genética. 
Para lograrlo ha de luchar por cubrir sus necesidades. Primero las homeostáticas, aquellas que, de no cubrirse en un período máximo, abocarán a la muerte: comer, beber, dormir, mantener la temperatura corporal. Luego las no homeostáticas, aquellas que permiten seguir vivo, pero con una menor calidad de vida si no se cubren, como por ejemplo, el sexo.
En los seres humanos, la supervivencia es un tema mucho más complejo, ya que entran en solfa emociones, sentimientos y todo ese aparato de fuegos artificiales relacionado con la psicología. Necesitamos también ser queridos, escuchados, respetados y, bien explotados por el marketing, unos zapatos nuevos, un polo de marca, un juguete mejor que el del vecino o el último modelo de coche que nos ha encandilado.
O dicho de otro modo, gracias a nuestra necesidad de homeostasis tendemos a restablecer el equilibrio emocional cada vez que sentimos que lo hemos perdido, lo cual, en algunos, es con bastante frecuencia y suele solucionarse comprando.
Así que, mientras los animales “inferiores” se dedican a vivir y procrear, matándose, eso sí, de vez en cuando, o comiéndose unos a otros, nosotros, seres civilizados, invertimos un tiempo y una energía increíbles en conseguir un televisor de pantalla plana, un nuevo ordenador o una tostadora. Estresándonos lo suficiente como para padecer impotencia, careciendo de tiempo para lo importante, sufriendo un infarto en plena juventud, sustituyendo la búsqueda del placer directo por metáforas estúpidas, o negándonos un hijo porque hemos de terminar primero de pagar el coche. Somos una especie que llegará lejos, se ve venir.
La pregunta es: ¿y cómo es que hemos caído tan bajo? ¿cómo hemos logrado olvidarnos de lo básico? ¿mediante qué mecanismos hemos conseguido nada menos que traicionar nuestras auténticas necesidades programadas por la especie genéticamente?
El Dicrocoelium dendriticum
Supervivencia y parasitismo: un buen combinado que puede dar para muchas reflexiones. Pero hoy me interesa la de una especie en particular: el dicrocoelium dendriticum.
Así se llama uno de los parásitos más interesantes, ya que no sólo afecta al cuerpo de sus hospedadores, sino a su mente.
En su ciclo vital pasa por tres hospedadores: un mamífero hervívoro —una oveja o una vaca—, un caracol (de los géneros Cernuella y Helicella) y una hormiga negra (del género formica). El ciclo es el siguiente: los huevos están en el estómago del rumiante y salen fuera con las deposiciones. Ciertos caracoles los ingieren y, en su interior, se transforman en diminutas larvas, que quedan fijadas en su rastro de mucosa, y aquí llega lo fascinante: la hormiga las ingiere, y el parásito toma el control de su cerebro. Altera sus deseos, sus necesidades, su programa de funcionamiento, para hacer lo que le dicta el parásito.
La hormiga infectada, cuando llega la noche y baja la temperatura, está programada para volver con las demás al hormiguero, pero no es eso lo que que hace: se dirige a una brizna de hierba, trepa por ella y se queda allí hasta el amanecer, esperando. Si no llega el herbívoro, la hormiga bajará y continuará con su programa diario, ya que de seguir quieta bajo el sol acabaría muriendo y el dicrocoelium no podría completar su ciclo, pero, al anochecer, volverá a su rutina de trepar a una brizna de hierba. Finalmente, una mañana, una oveja o una vaca se comerán la hoja, con ella a la hormiga, y su estómago permitirá de nuevo la reproducció del dicrocoelium, que volverá a poner sus huevos, que volverán a ser expulsados en la deposición y seguirá el ciclo.
El estudio de este curioso animal ha dado mucho que pensar a ciertos investigadores sociales. Por ejemplo, los ha llevado a plantearse si existe algo parecido que afecte a los humanos. Un parásito que pueda, introducido en nuestros cerebros, afectar el comportamiento natural y alterarlo en función de unos intereses que nos son ajenos, incluso negativos. 
Y algunos han llegado a la conclusión de que sí, aunque no sería un parásito físico. Para algunos, esos parásitos son, o pueden llegar a ser, llevadas a sus extremos, ciertas ideas: Seríamos, sin saberlo, hospedadores de sistemas parasitarios que, como ciertas religiones, nacionalismos, ideologías... se incrustan y nos manipulan para que sacrifiquemos parte de nuestros deseos, beneficios e incluso la vida si llega el caso, no en nuestro propio beneficio o en el de nuestra prole, sino en aras de una utopía, sea el cielo, un patria libre o una sociedad más justa, que les permite a los que las detentan vivir a nuestra costa.

¿Llevan razón? ¿no? ¿en qué medida aciertan o se equivocan? Una hipótesis para reflexionar.
P.S. El mundo es más complejo, el tema de la supervivencia, a nivel individual, grupal y de especie, también, y esto, obviamente, tiene un alto componente de demagogia... o quizás no tanto. Pero me apetecía soltarlo y seguir reflexionando sobre ello.
Por cierto, el vídeo del TED de Dan Dennett, puede encontrarse en 
Y la película de Christopher Nolan “Origen”, cuyo título original es “Inception”, está siendo proyectada en estas fechas.

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