jueves, 19 de agosto de 2010

ANIMALARIO 2. MÁS PECES: LOS LÍMITES DE LA EXPERIENCIA, LA EXPERIENCIA DE LOS LÍMITES.

                                                                                            a Franz Kafka, in Memoriam
Creo que lo leí en Rayuela, de Julio Cortázar, pero, hace ya tantos años, que no puedo afirmarlo con rotundidad. Y además, no sólo pierdo memoria: de vez en cuando también se me cruzan algunos cables, me hago un lío y confundo los datos.
El experimento era el siguiente: en una pecera se ponían unos cuantos ejemplares de una raza concreta. Ellos, movidos por la curiosidad, huían del centro hasta llegar a cada uno de los cristales que formaban los límites del habitáculo. E insistían una y otra vez, dando con sus hociquitos en la pared transparente, aplicados a la imposible tarea de seguir adelante; hasta que entendían que, aunque invisible, el límite estaba allí. 
Entonces, una vez aprendida la lección y asumida la experiencia, se movían con toda tranquilidad por el interior, se acercaban y, antes de llegar a chocar con la pared invisible, giraban en otra dirección y seguían con su vida. Asumir que allí estaba el límite les evitaba golpecitos y, sobre todo, les liberaba de frustraciones.
Lo que los peces no sabían es que los experimentadores, con esa crueldad que sólo es capaz de generar la frialdad de un experimento científico, los había colocado en una pecera especial, de paredes móviles. En una pecera dentro de otra pecera. 
Una vez que los pececillos habían asumido sus límites, los aviesos investigadores, muy lentamente, movieron los vidrios y ampliaron, ostensiblemente, su espacio vital. Pues bien, a pesar de que los cristales estaban ahora unos centímetros más allá, aquellos peces nadaban en cierta dirección y, al llegar justo donde poco antes estaba el cristal, giraban y cambiaban plácidamente de sentido. Y nunca traspasaron los antiguos límites.
Sé que no soy un pez, al menos morfológicamente. Pero no estoy nada seguro de no pertenecer, íntimamente, a esa especie citada cuyo nombre desconozco. Voy acumulando experiencia, pero a veces, en esa soledad cálida del antes de dormir, me pregunto si yo también, para ahorrarme frustraciones, evito transgredir ciertos límites que creo saber que existen en mi pecera personal y me pierdo todo un Nuevo Mundo que queda fuera, y que quizás no sea nada maravilloso, pero que quién sabe. 
Y a veces me digo que estaría bien, de vez en cuando, transgredir  alguno y decidir, después, si mereció la pena o no entrar en esas nuevas realidades. Y deseo arriesgarme a ir un día poco más allá, y no girar precisamente un poco antes de donde supongo que está el límite invisible del cristal. 
Me lamento por perder cierta clase de memoria, y no otra, como aquella que me recuerda nítidamente determinados límites invisibles; me pregunto qué le habré hecho a algún dios para que me castigue así, cargándome con experiencias que no forman parte del ímpetu del movimiento, sino del peso muerto de la pasividad.

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