sábado, 4 de septiembre de 2010

ANIMALARIO. 5. ERRORES Y RECTIFICACIONES: LA BISTON BETULARIA

Música para escuchar y prestar mucha, pero que mucha atención a la letra de los subtítulos. Son más de siete minutos, pero merece la pena si no se tiene prisa.


Melanismo industrial
“Melanismo industrial” es un concepto raro, pero interesante. Define un fenómeno que se da en algunos lepidópteros —mariposas— que consiste en un cambio de color en las alas en un porcentaje elevado de la población. Un ejemplo, de entre las más de doscientas especies en las que se ha observado este cambio de pigmentación, me ayudará a explicarlo: el de las mariposas de la especie biston betularia.
La mariposa del abedul, que es su nombre común, vuela de noche y descansa de día. Se posa, para hacerlo, en los troncos del abedul o de árboles cubiertos de líquenes grisáceos. Es una forma de camuflaje eficaz, ya que sus alas, de un gris claro, pasan desapercibidas, y así evita convertirse en el alimento de algunos pájaros.
Durante siglos fue así en toda Europa. Pero, al llegar la revolución industrial, pasó algo curioso: el hollín que se posaba en los árboles cercanos a las fábricas, produjo un aumento brutal de la variante de alas más oscuras, que los entomólogos calificaron como “carbonarias”. En los alrededores de Manchester, en 1898, ya eran casi negras el 99% de estas mariposas. ¿Qué había pasado?
Errores que ayudan a sobrevir
Los insectos, en general, tienen una capacidad de supervivencia a nivel de especies brutal. Y eso es porque cada vez que se reproducen , al hacerlo tan masivamente, se generan diversos “errores” genéticos en alguno de sus descendientes. 
Una mosca, por ejemplo, puede poner novecientos huevos de una tacada. La mayor parte de ellos serán réplicas casi perfectas de los genes previos  —fenotipo dominante— pero, entre tantos descendientes, algunos habrán salido con “taras” o “errores” en la transmisión genética —fenotipo recesivo—.
En circunstancias normales, esas larvas “erróneas” tendrán menos posibilidades de adaptación y morirán pronto, con lo cual no transmitirán ese “error” suyo a futuras generaciones. Ahora bien, si hay un cambio en el medio, lo que en principio era un defecto puede convertirse en una virtud, y serán las que acaben sobreviviendo e imponiéndose a las demás. Por ejemplo, mientras no hubo insecticidas, los insectos “normales” sobrevivían y los “erróneos” fenecían. Cuando aparecieron estos productos, algunas variantes genéticas tenían  cierta resistencia a ellos: fueron los poseedores de este gen mutado los que sobrevivieron y se reprodujeron masivamente, lo que obligó, en unos años, a cambiar de insecticida, porque el anterior carecía de efecto al atacar a una población genéticamente inmune.
El cambio en el paisaje ambiental fue lo que originó el cambio en la biston betularia. Siempre habían nacido mariposas de la variedad oscura, pero, como se destacaban mucho en los troncos de los abedules, los pájaros eran a las primeras que veían y a las que antes se comían. Ahora bien, cuando el hollín de las chimeneas de las fábricas comenzó a cambiar la apariencia del paisaje y los troncos se oscurecieron con la suciedad, fueron las “normales”, las portadoras del gen que las hace blancuzcas las que se destacaron y pasaron a ser la merienda de cantoras avecillas.
¿Necesitamos mimetizarnos? y de ser “sí” la respuesta ¿cómo?
No somos mariposas. Ni siquiera insectos. Así que no necesitamos de la genética para mutar nuestra apariencia y nuestras opciones de vida, aunque sea de forma limitada. Los soldados se camuflan gracias a sus uniformes de combate; cualquier persona se mimetiza con un nuevo ambiente o situación social gracias a la capacidad de adaptación y, en ocasiones, a ciertas dosis de hipocresía o disimulo bien administradas. Todos podemos cambiar y, de hecho, cambiamos con las circunstancias. Pero solemos hacerlo muy lentamente, como el envejecer.
Hay ocasiones, sin embargo, en que no sólo podemos cambiar: DEBEMOS cambiar. Y hacerlo rápidamente, muy rápidamente
Cuando el contexto, el ambiente o como queramos llamar a lo que resulta de los cambios sociales, varía bruscamente, las posibilidades de supervivencia lo hacen también y al mismo ritmo. Y aquellas actitudes y actividades que antes nos permitían sobrevivir más o menos plácidamente ahora pueden, como el color blancuzco de las alas de la biston betularia, resultarnos letales. Y al contrario, aquellas opciones que antes resultaban marginadas o negativas, ahora pueden ayudarnos a situarnos mejor.
Estoy hablando, por supuesto, de las crisis. Del concepto de “crisis” en general y de  cualquier crisis que podamos padecer, a nivel social y a nivel particular. Dicen, y es cierto, que donde unos ven un problema otros ven una oportunidad. Que lo que perjudica a unos beneficia a otros. Que depende si eres de los que te camuflas y formas parte del paisaje o de los que destacas.
Así que una crisis puede interpretarse, además de como un cambio brusco en el contexto, como una especie de melanismo social, un cambio de coloración del mundo laboral, social, económico, político,  emocional o cualquier otro, que hace que ciertos individuos se destaquen ahora más que los demás —a veces la mayor parte de la población— y acaben sirviendo de cena a los depredadores.
La naturaleza es dura. La vida social, a pesar de la amortiguación del estado de bienestar y de la fortaleza de la familia, puede serlo también, y mucho. 
Cada crisis genera víctimas, o al menos "daños colaterales"; no caen los peores, ni mucho menos. No pringan los culpables; ni siquiera los que la han provocado. Los caídos forman parte del ejército de los nuevos inadaptados, y todos podemos ser clase de tropa, de una manera u otra. No es justo, pero es real. El mundo siempre está cambiando, pero, a veces, el cambio es demasiado rápido y profundo, y no todos tienen la visión,  la facilidad o el empuje para cambiar y mimetizarse a tiempo, o para cambiar de bando.


"Todos los días haz algo a lo que temas. Canta"
Me hago mayor, y eso significa que pierdo reflejos, visión, capacidad de transformación. Estoy atento a los cambios, pero muchos de ellos son, como el fin de la burbuja inmobiliaria y financiera que nos afecta, impredecibles e inimaginables sólo un poco antes incluso para los “entendidos”. 
Me gustaría ser capaz de rectificar cuando haga falta, de reaccionar a tiempo frente a la adversidad. En cambio, me veo anquilosado, adorando supuestas virtudes que quizás hayan dejado de serlo en este nuevo mundo, luchando por costumbre contra supuestos errores que quizás ahora podrían salvarme. Hecho un lío, vaya. Sé que debo cambiar, pero no se qué, y muchos menos cómo.
Posiblemente no se trate ya tanto de buscar como de encontrar, de recordar como de descubrir. De reinventarme como buenamente pueda.
Ahora recuerdo fragmentos de la letra del vídeo que recomendaba ver al principio: “No te preocupes por el futuro, o preocúpate sabiendo que preocuparse es tan efectivo como tratar de resolver una ecuación de álgebra masticando chicle” (...) “Todos los días haz algo a lo que temas. Canta”. Son buenos consejos, para empezar, aunque los consejos también salen malparados en la canción.
Observo de nuevo las imágenes de la biston betularia. Hoy no he hecho nada a lo que temiera; y tampoco he cantado. Vamos mal. Me parece que pronto me iré a dormir.

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