sábado, 22 de mayo de 2010

POLÍTICA BÀSICA: Y ASÍ NOS LUCE EL PELO.


Música para acompañar: siguiendo con pasodobles, el taurino Marcial, eres el más grande.
Creen estos inocentes que las revoluciones se hacen con discursos frenéticos, con abrazos fraternales, con vivas estrepitosos y cantinelas optimistas. Cuando esto empezó me agradaba la rebeldía garbosa, el desprecio del Gobierno central, que por más que se disfrace con arreos y colorines democráticos es siempre una enredosa oligarquía. Pero ya se van desvaneciendo mis ilusiones.
Benito Pérez Galdós. La Primera República. Episodios Nacionales, 44
Para quien desee adentrarse en la esa mezcla de verbena popular, festival del humor, tragedia griega, zarzuela de tarde de domingo a cargo del coro del pueblo, corrida de toros con picadores y chotis mal bailao que fue la Primera República, le recomiendo un paseo por el texto correspondiente de los Episodios Nacionales de Don Benito Pérez Galdós.
En menos de un año de vida, tuvo la tal cuatro presidentes, padeció tres guerras civiles simultáneas —la de los Diez Años en la provincia cubana, la Tercera Guerra Carlista, y la Insurrección cantonalista—, varios intentos de golpe de estado, indisciplinas militares, intentos separatistas, crisis económicas y un final a juego con la traca del General Pavía desalojando a las bravas las Cortes cuando sus señorías se disponían a votar al quinto presidente. Malas lenguas propagaron el bulo de que el militar entró en el hemiciclo a caballo, lo que hubiera dotado a ese final de más colorido todavía, pero, desgraciadamente para el mundo del espectáculo, no es cierto.
Muchas cosas hay para olvidar de aquel tiempo y del quehacer de tantos, pero una frase, sólo una, de uno de ellos, sólo de uno, podría justificar toda aquella debacle si es que la historia, tal como pretenden algunos, sirviera para aprender algo y no volver a tropezar en la misma piedra (una hipótesis que me permito cuestionar a menudo).
El hombre es cuestión, que no cuestionado, fue don Estanislau Figueras, catalán, líder del Partido Federal y primer presidente de gobierno de aquella memorable República entre febrero y junio de 1873. 
La frase, memorable, que pronunció —y en catalán en el original— mientras presidía un Consejo de Ministros fue: “Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!”. 
No “de todos ustedes”, sino “de todos nosotros”. 
Ese incluirse, y el aditamiento de los atributos sexuales masculinos, me han parecido siempre de una grosería exquisita. 
Pero es que aún fue más lejos en su genialidad: unos días después, y para demostrar que la frase la había pronunciado de todo corazón, dejó subrepticiamente su dimisión en el despacho de la Presidencia, se largó como si fuera a pasear un rato, tomó el tren en Atocha... y, previo transbordo en la frontera, se bajó en París. 
También se podía haber quedado en su Barcelona natal, pero esto hubiera menguado su hazaña: tenía que llegar hasta el centro de la bulla europea, al sultanato del placer, a la ciudad de la orgía. Y allí se largó. A pesar de mis pesquisas, no he podido informarme de lo que allí hizo, pero no me extrañaría que hubiera sido, también, algo memorable.
Así mismo, las referencias que he consultado no comentan ni si era casado, que imagino que sí, ni si se llevó a su esposa, que dada la premura, imagino que no. Me da por pensar que fue como la otra cara de la moneda de aquel tendero que echó la persiana a su establecimiento y colgó en ella el siguiente cartel: “Cerrado hasta el 25 por viaje. No es de placer, me voy con mi señora”.
Llegado aquí, un servidor, cada vez que lo recuerda, se quita la boina. No puedo menos que rendir pleitesía a un espécimen, no sé si ejemplar, pero sí ejemplarizante. Una frase de esa categoría y luego un largarse, y sin ni siquiera avisar, al mismísimo París, es algo digno de admiración; sin matices.
Luego el personaje perdió un poco el lustre: volvió.
En 1880 don Estanislau formó otro partido —el Partido Republicano Federal Orgánico, que también manda huevos el nombrecito— y un par de años más tarde pasó a mejor vida —mejor que cuando estaba de presidente y peor que cuando estuvo en París, supongo—. Y ahí acabó todo.
Es una pena que no se quedara dándose la buena vida, escribiendo sus jugosas memorias, y viviendo lo suficiente para llegar a la España de la Restauración alfonsina y vivir en ella hasta después de 1912. Estoy seguro de que entonces, conocedores de su gesta, Joselito, o Belmonte, o ambos, le hubieran brindado al menos un toro.
Como no pudo ser así, le dedico yo ahora el pasodoble de marras.
P.S. Observo el yermo político en que nos encontramos. Los problemas se obvian, las soluciones se soslayan. Se entierra la cabeza, como el avestruz, o se mira para otro lado para no ver lo evidente. Unos que no acaban de caer del guindo y los otros esperando a que caigan. Y entretanto, tantos arrastras. Todos la cagan, sobre todo aquel de cuyo nombre, como a Cervantes le pasaba con cierto lugar de la Mancha, no quiero acordarme. Nadie dimite, todos siguen jugando aunque el resultado sea macabro: la culpa, en este país, es siempre de los Otros.
En cualquier caso, añoro a don Estanislau: hoy ya no quedan personajes de este calado y esa enjundia. Estamos bien jodidos: hemos perdido al unísono el sentido del humor y el de la tragedia.
Y así nos luce el pelo.

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