domingo, 16 de mayo de 2010

TARDES DE TOROS, 1. LA VIDA: JOSELITO

Música para escuchar: el pasodoble Gallito.
              A mi padre de nuevo, a quien le gustan los toros y, de vez en        
              cuando, hojea la versión del Cossío que le regalé.
No soy aficionado a los toros, pero eso es ahora lo de menos.
Hoy, domingo 16 de Mayo, me he levantado temprano y he hecho algo que ha roto alguna de esas pequeñas costumbres que confieren seguridad en una vida: he encendido el ordenador, me he puesto los auriculares para no despertar a la familia, y me he puesto a escuchar el pasodoble Gallito.
Hoy, si hubieran corridas de toros y se mantuvieran las viejas tradiciones, en todos los cosos se interpretaría ese mismo pasodoble. Hoy hace noventa años —fue en 1920— que a un torero llamado José Gómez Ortega, conocido como Joselito o Gallito,  lo cogió “Bailaor”, un astado burriciego que le causó la muerte. Compartía cartel con su hermano mayor, Rafael el Gallo, y su cuñado Ignacio, torero y poeta al que Lorca dedicaría, catorce años después y con motivo de su muerte, una de las elegías más hermosas de nuestra lengua: el Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías.
Pero volvamos a Joselito: murió aquella tarde. Su muerte causó un estrépito nacional. La estatua que corona su tumba, en el cementerio de Sevilla, la realizó nada menos que Mariano Benlliure, y todo el mausoleo se pagó por suscripción popular. Y el detalle definitivo de la importancia de esa muerte: la Macarena, por primera y única vez en la historia, fue vestida de luto. La Macarena. Porque había muerto, y lejos de Sevilla, Joselito.
Cuentan que era la vida, la hermosura, la gracia; lo adoraban el pueblo y las mujeres y, como buen gitano, no leía. Como señalara Ramón Sender “(...) los gitanos no leen. Su desdén por la lectura es producto de su falta de fe. Sólo creen en lo que dice directamente un ser vivo, parlante y alerta, que pone detrás de sus palabras su persona entera y verdadera”. Pero Joselito no supo escuchar, aquella tarde, al toro que tenía delante. 
Gallito se reía de la muerte. A sus amigos, dicen, solía decirles: “A mí no me enganchará nunca un toro como no me tire un cuerno por el aire”. Paradojas de la vida: moriría en una plaza de tercera, la de Talavera de la Reina, tal día que un 16 de Mayo, empitonado. Lo improbable se había hecho realidad. Y coincidencias: a él, tan aficionado a torear bailando ante los toros, lo tuvo que matar, precisamente, uno que llevaba por nombre “Bailaor”.
He dicho ya que fue en 1920. Por aquellas fechas poblaban las ciudades y los campos de España la escasez de yantar, huelgas obreras, pistolerismo rojo y blanco, anarquistas soñando utopías, jornaleros con hambre de pan y de tierras, señoritos explotando la miseria, una monarquía obsoleta y estúpida, una oligarquía atroz, unos pocos demócratas que no sabían a qué juego se estaba jugando, unos caciques odiosos y odiados, una Iglesia tan poderosa como mezquina, unos proletarios tan frustrados como ferozmente anticlericales, masas deseosas de emular la revolución bolchevique... y muchos muertos en Marruecos entre aquellos jóvenes cuyas familias no los habían podido liberar de la guerra por no disponer de seis mil reales, y eso que aún faltaba un año para el Desastre de Annual
Muchos errores, ansias y miedos que provocarían la llegada, tres años más tarde, de Primo de Rivera (de Miguel, el padre; José Antonio, el hijo, vendría años después vestido con camisa azul mahón).
En los libros de historia suele salir todo eso, pero ninguno habla del drama que supuso la muerte de Joselito. Cómo la gente se echó a la calle, cómo el mundo se olvido de sí mismo el tiempo necesario para llegar a creérselo, cómo autoridades del más alto nivel le rindieron pleitesía al féretro, cómo se lloró su pérdida. Cómo tantas mujeres descubrieron de repente que estaban enamoradas de él, aunque hasta entonces algunas no lo hubieran sabido. Cómo se suspendió el tiempo. Cómo se gestó el mito.
Ahora ya no queda nada de aquello, ni el recuerdo siquiera en los libros de historia. Y no estoy seguro de que hoy, si es que hubiera una corrida, la banda tocara el famoso pasodoble. Por eso, excepcionalmente, esta mañana he roto mi rutina y he oído, con los ojos cerrados y el sentimiento de tragedia nacional que rodeó su hacer, el alegre y vital pasodoble Gallito.

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