domingo, 16 de mayo de 2010

TARDES DE TOROS, 2. LA MUERTE: BELMONTE

Música para acompañar: No tiene ni un mal pasodoble dedicado. Una pena.
Los que me veían ir contra lo que ellos consideraban leyes naturales, se llevaban las manos a la cabeza y decían: "Tiene que morir irremediablemente. O se quita de donde se pone o lo mata el toro". Yo no me quitaba, el toro tardaba en matarme, y los entendidos, en vez de resignarse a reconocer que era posible una mecánica distinta en el juego de la lidia, que era lo más sencillo y razonable, se pusieron a dar gritos histéricos y a llamarme hiperbólicamente "terremoto", "cataclismo", "fenómeno" y no sé cuántas cosas disparatadas más. 
                           Manuel Chaves Nogales. Juan Belmonte, matador de toros.

No se puede entender a Joselito sin saber quienes fueron su hermano, Rafael el Gallo y, sobre todo, su pareja de hecho en el mundo del toreo, su opositor, su alter ego, su contrapeso real, su réplica y equilibrio, su otro platillo de la balanza: Juan Belmonte. 
Hay quien afirma que, de no haber muerto Joselito tan temprano, los dos, que toreaban de formas tan diferentes, hubieran terminado toreando de una forma muy parecida, síntesis de la de uno y la del otro; tanto se admiraban mutuamente.
De su hermano Rafael, sólo dos indicaciones: era el marido de la bailaora Pastora Imperio y uno de los toreros que más sabían del miedo. Cuando lo sentía en la plaza, tiraba los trastos  de matar y se marchaba al callejón, a esperar a que lo detuviera, para llevárselo, la célebre pareja de la Guardia Civil. Pero cuando no lo sentía, a decir de las crónicas, toreaba magníficamente. 
Pero he usado la palabra incorrecta: miedo. Porque Rafael, el Gallo, no tenía normalmente miedo, sino jindama, una veces, y canguelo, otras. Que no son sinónimos, por mucho que se empeñe la Real Academia. La jindama, señalan algunos entendidos, es esa sensación incomprensible de misterio que te envuelve en un determinado momento; el canguelo, una especie de aviso fantasmal de un mal por venir. Pero parece que, para entender estos matices, no basta con ser lingüista; hay que ser gitano y torero.
Pero volvamos a Joselito y a Belmonte. Si uno era la alegría y la danza, el otro simbolizaba la pausa y la tragedia, no en vano fue el creador del toreo de a pie quieto. A Juan también lo admiraron desde el pueblo llano, pero fue más lejano a las mujeres y más cercano, en cambio, a los intelectuales, que llegaron a considerar, gracias a él, el jugar a lances con la muerte como una forma de arte.
Si a Joselito las letras no le importaban y escuchaba sólo la voz de la vida, Belmonte, que demostraría saber escuchar mejor a los toros antes de matarlos, provocaría que la Generación del 98 en bloque, nada menos, se hiciera belmontista y lo considerara uno más de ellos, a pesar de que muchos habían rechazado antes la fiesta nacional como un síntoma del atraso hispano. 
Gallito se reía de la muerte y jugaba con ella desde su falso sentimiento de inmortalidad. Belmonte parecía buscarla sin fortuna. Los aficionados, obsesionados con la idea de los terrenos del toro y el torero, iban  a verlo torear cada tarde con la secreta ilusión de que fuera la última vez que se le viera frente al animal. 
Cuenta su biógrafo, Manuel Cháves Nogales, que a veces le decía su amigo, el escritor Ramón María del Valle-Inclán: “Juanito, no te falta más que morir en la plaza”; y Juan le contestaba: “Se hará lo que se pueda, Don Ramón, se hará lo que se pueda”. El uno al otro tuteando y en diminutivo, el otro al uno con respeto y con el don delante.
Pero a él, imprevisiblemente y por más que hizo cuanto pudo, no lo mató un toro. Él mismo se quitó la vida en un tardío 1962, a punto de cumplir los 70, con un tiro que se descerrajó en la soledad de su cortijo. Creador del toreo a pie quieto murió de la misma forma: sosegado frente a la idea de la muerte, olvidando no sólo el miedo, sino la jindama o el canguelo de la que posiblemente tanto le había hablado Rafael el Gallo, el hermano mayor de Joselito.
Ahora los dos duermen el sueño eterno cercanos, con su destino ya cumplido, en el cementerio de San Fernando de Sevilla.
Pero hoy es un 16 de Mayo, y no un 8 de Abril. Y para el Pasmo de Triana, que es cómo se conoció a Juan Belmonte, no conozco pasodoble alguno que se interprete en las plazas de toros en esa fecha. Una pena. Aunque no sea aficionado a las corridas de toros, como mi padre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario