sábado, 27 de marzo de 2010

LA CANCAMUSA.

I
Políticamente hablando, no sé qué soy. Las etiquetas al uso ni me convencen ni me afectan. Así que intento la introspección para ver si llego a conocerme un poco más en este curioso aspecto y paso a poner por escrito mis pensamientos. A ver qué sale.
II
Tan aficionado a complicar innecesariamente las cosas, hace poco decidí hacer el ejercicio opuesto: simplificar al máximo; y me decanté por algo tan general como la política para empezar el ejercicio. 
Tras observar telediarios, oír algún programa radiofónico, leer atentamente algunos periódicos, y prestar mucha atención a las noticias que circulan por Internet (esas tan interesantes que no suelen aparecer ni en televisión ni en prensa escrita) llegué a una serie de conclusiones tan lamentables que quedé desolado.
Frente a ese caos, una primera terapia, siempre útil, fue recurrir al sentido del humor. Otra mantener la calma. Una tercera, armarme de paciencia e intentar que no me afectasen mucho esas cosas, que bastante tiene uno con su propia vida. 
Una vez calmado, viendo las cosas pacientemente y en perspectiva, e intentando cultivar un cierto humor, aunque fuese ácido, lo primero que se me ocurrió fue redactar un ensayo. Un ensayo que ahora sé que nunca escribiré. El título había de ser: La madre que nos parió y llevaría como subtítulo: Un análisis del desgobierno desde la perspectiva del refranero popular. Tal era la avalancha de ideas y su tendencia a relacionarse con dichos sacados de la sabiduría popular.
Había refranes, como “quien a buen árbol se arrima buena sombra le cobija” que, observando cómo se montaban ministerios, se calculaban pensiones de políticos y distribuían algunas subvenciones, daban mucho de sí. Y de no, puestos al caso. Pero, como si empezaba por ese camino no terminaría nunca, decidí limitarme, y llegar a la médula.

III
Al final triunfó el orden, luché por sintetizar, y logré reducir toda la estructura ideológica, al tiempo que mi desdén, mi rabia y mis sonrisas, a tres frases lapidarias del refranero... y a una palabra. Con ellas me sentí capaz de comentar cualquier suceso político habido o por haber mientras no cambie el paradigma.
Las frases fueron:
1. ¡Menuda tropa!;
2. Para este viaje, no hacían falta alforjas; y
3. Y así nos luce el pelo.
Creo que no necesitan comentario: son de uso cotidiano y, si se observa el devenir político del país desde mi perspectiva, se verá que son, una a una, o agrupadas de diversas maneras, el colofón de prácticamente todas las actividades y resultados de que nos informan las noticias.






Y la palabra era:  CANCAMUSA. 
Según el diccionario de la RAE significa: “Dicho o hecho con que se pretende desorientar a alguien para que no advierta el engaño de que va a ser objeto”. Literalmente.
Pero resultó más interesante la explicación que daba el bloggero Adehoces en su Perspicalia
“¿Qué es la cancamusa? La cancamusa es eso que es más complicado de lo que parece, eso que ni usted ni yo sabemos porque no somos expertos en nueva economía; la cancamusa es eso en lo que se basan los discursos inspiradores, son esos datos que manejan los expertos y que resultan incomprensibles a los mortales. Esas cuentas internas, esa carta sin levantar que permite al jugador de póker ir de farol. La cancamusa es esa nube en la que flotan los gurús muy por encima de usted y yo. (...) La cancamusa es la razón por la que los pisos nunca bajan, los sellos se revalorizan un 400% al año y el crecimiento exponencial es perpetuo. La cancamusa es esa parte de la ecuación que cuando se elimina, uno lo ve claro y concluye: “cojones, esto es un timo”.
No quiero extenderme, pero juro que, cuando mi mente se iluminó con la palabreja de marras, se me ocurrieron innumerables ejemplos, y de lo más diverso, a los que podría aplicar la definición.
Así, si asumimos que la cancamusa se ha convertido en el paradigma de la cosa pública, el país no estaría tanto en manos de políticos (omito lo de “profesionales” por no mancillar el adjetivo) como de auténticos cantamañanas, liderados, sin duda, por nuestro siempre gracioso presidente; a saber y me remito de nuevo al diccionario de la RAE: “Persona informal, fantasiosa, irresponsable, que no merece crédito”. 
Personajes dedicados no a velar por el bien común, sea lo que sea que esto signifique, sino a cancamusear y a vivir de las rentas gracias a todos los imbéciles que formamos ese rebaño de cancamusados al que ellos, los cancamusantes, en un nuevo ejercicio de cancamusa, llaman pomposamente y con fanfarria “el pueblo”.
Con el problema añadido de que, a falta de nada mejor, ese “pueblo” parece haberles dado una bula, o ellos se la han tomado, como si del pito del sereno se tratara, para que lo cancamuseen, y no sólo desde el gobierno, sino también desde la oposición. Pues nada, a vivir, que son dos días.
Y es que, como decía al principio: ¡Menuda tropa! (frase número 1)
(continuará)
*Ilustración propuesta para la reflexión: Pieter Brueghel, el Viejo: Parábola del ciego guiando a los ciegos (1568) 

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