martes, 8 de diciembre de 2009

UN CUMPLEAÑOS Y UNA TARDE LEJANA



Celebrando un cumpleaños –qué importa cuál– me dije: Todavía no eres viejo, pero tienes ya esa edad en que necesitas una serie de reflexiones que te ayuden a prepararte para afrontar nuevos tiempos. Y esta fue la primera:
Tienes bastantes años y, si dejas de pensar como un idiota, te darás cuenta de tu suerte: tienes, también, una buena y extensa familia, que te acepta más o menos como eres, e incluso unos amigos y amigas que te aprecian incluso con tus defectos –o al menos eso deseo creer.
No pidas más; no pretendas que te entienda el resto del mundo y, lo que es más, ni se te ocurra pretender entenderlos: a estas alturas, es ya poco menos que imposible.
No quieras cambiar, porque dejarías de ser lo que eres; y no pretendas que cambien los que quieres, porque significaría que has amado sólo banales sueños. Sigue aprendiendo a quererlos y sé cada vez más tú mismo para que puedan quererte de verdad, a ti, y no a ese conjunto de personajes que has ido creando a lo largo de la vida y que han intentado ocultar –aunque no siempre de forma eficiente– la persona que realmente eres.
Y para trabajar en esta dirección, empieza por dejar un poco de lado tus miedos y atrévete a conocerte. No del todo. Sin sobresaltos. Sólo un poco más, como forma de poder acercarte ese poco más también a tus más próximos.

Me hizo gracia verme, después de tantos años dando tumbos, llegar a la vieja máxima que ocupaba un lugar de honor en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos: “Conócete a ti mismo”.
Y luego recordé una tarde de mi etapa de estudiante. Discutíamos en grupo sobre los posibles significados y matices de la frase en cuestión y yo, saltándome las profundidades tácitas del diálogo, cité un cuento de Chumi Chúmez –un humorista de los que escribían en La Codorniz– en el que relataba la historia de un imbécil que había hecho suya la máxima y que, tras conocerse, había terminado suicidándose, porque a un tipo como él sólo lo aguantaba su mujer, que era una santa.
Mi propuesta, hace ya muchos años, fue asumirme Chumezista aquella tarde y declarar que no merecía la pena ni intentarlo, porque ¿qué pasaría si lo que descubríamos no nos gustaba? La propuesta provocó dos respuestas: de un lado, hubo quienes pensaron que mi salida estaba fuera de tono y no volvieron a invitar a sus contrastes de pareceres a un impresentable como yo; del otro, quienes entendieron el desplante, sonrieron conmigo y siguieron el juego: con algunos de ellos participé después en los debates más interesantes y divertidos de mi etapa estudiantil.
Hoy, muchos años después, recuerdo la ironía, coloco al oráculo de Delfos al lado de Chumi Chúmez –por irreverente que parezca– y me planteo que ha llegado el momento de conocerme a mí mismo ... pero con prudencia. Por lo que pueda pasar, que mi mujer también es una santa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario