domingo, 11 de julio de 2010

CONFIRMACIONES CIENTÍFICAS


De vez en cuando va bien confirmar suposiciones. Aunque tanto las suposiciones como la lógica de las confirmaciones sean, o puedan ser, mentiras. O verdades, vaya usted a saber.

Por qué muchos niños de pecho no tienen acceso al pecho
Leí una vez que, en no sé qué prestigiosa universidad norteamericana, sesudos investigadores habían descubierto, tras años de complejos experimentos, que la mejor alimentación para un niño era la leche de su madre. 
A cualquier mujer la generación anterior el descubrimiento le habría parecido una perogrullada, y hubiera dicho aquello de que “para ese viaje no hacían falta alforjas”, pero mucha gente se sorprendió... porque el resultado de la investigación tenía más fondo del que puede parecer. De hecho, revolucionó momentáneamente a una parte de la sociedad norteamericana, que había creído durante unas décadas que la Ciencia había superado/vencido por fin a la Naturaleza y que la “leche materna”, elaborada por afamadas multinacionales, era el no va más en el cuidado de la prole. Además, asumir esa publicidad permitía, de paso, eliminar el sentido de culpa a las jóvenes afectadas, que podían dedicarse a su trabajo o su ocio sin la “penosa molestia” de tener que amamantar periódicamente al niño de marras.
¿Cambió el descubrimiento científico el paradigma nutritivo de la infancia? ¿Le dieron las hijas la razón a sus madres? ¿volvieron en masa a dar el pecho a sus hijos durante el primer año de vida? Pues claro que no. Por supuesto que algunas, las que siempre defendieron que era un placer al tiempo que una necesidad, siguieron haciéndolo. Pero las demás, las que habían aprovechado la coartada “científica”, siguieron consumiendo leche de farmacia. Ante el descubrimiento, se limitaron a poner excusas —algunas muy reales, como el miedo a perder oportunidades laborales— y siguieron consumiendo productos elaborados industrialmente. Y es que una cosa mitificar la maternidad, y otra embarcarse en una obligación tediosa durante meses. 
Moraleja: en sociedades hedonistas, una vez conseguida una parcela de comodidad, es difícil renunciar a ella, aunque se trate de algo tan aparentemente sacrosanto.
Confirmar lo que ya se sabía intuitivamente fue, por tanto, inútil. Casi un engorro. El descubrimiento se olvidó pronto y no me extrañaría que la universidad, presionada por las farmacéuticas, hubiera despedido a los ilusos que levantaron la liebre.
Conocerse a sí mismo ¿puede poner en peligro la salud (mental)?
En un sentido muy diferente, a veces la ciencia viene a desmentir viejos mitos incrustados en nuestra forma de entender la vida e indiscutidos por estar aceptados por la mayoría sin discusiones.
Leo en el blog de Genciencia, entrada de 6 de julio, un corto e interesante artículo titulado “El mito de conocerse a uno mismo”. En resumen, lo que viene a decir es que toda esa monserga de conocerse a uno mismo no tiene, en el fondo, ningún sentido. Vaya, que el “Conócete a ti mismo”, la célebre máxima inscrita en la Grecia clásica por los siete sabios en el frontispicio del templo de Apolo, en Delfos, es una solemne tontería; una frase bonita, pero sin fundamento.
Una de aquellas afirmaciones que nos permiten llenarnos la boca y sentirnos intelectualmente profundos, pero cuyo valor en la vida real está muy cerca de cero. Y cuya creencia llena de pacientes las consultas de muchos psicólogos de las más diversas escuelas, si a eso vamos.
Las experiencias llevadas a cabo por Richard Nisbett, de la Universidad de Michigan y Timothy D. Wilosn, de la de Virginia, han demostrado, al parecer, que somos unos redomados inconscientes cuando nos evaluamos, lo que no hace sino confirmar otras teorías que abundan en lo mismo. Hay ciertos economistas que se ríen de aquellos otros que dicen que la racionalidad es la que guía nuestros actos económicos.  Y algunos de los matemáticos que desarrollaron la teoría de los juegos y toma de decisiones ya proponían que, a veces, la elección más racional frente a un problema era aceptar el resultado de una moneda tirada a cara o cruz. 
No nos engañemos, en un mundo racional, los sentimientos casi no tendrían cabida y la publicidad no funcionaría, y que los sentimientos nos dominan y la publicidad funciona, y de qué manera, es una observación que está al alcance de cualquiera.
Termina el artículo de marras con una frase poco menos que lapidaria: «La conclusión, por tanto, es un poco aterradora: a veces es mejor no pensar demasiado y dejarnos llevar por el modo “zombi”. Bucear demasiado en nosotros mismos puede ser tan peligroso como hacerlo en las negras aguas de un océano lleno de tiburones».
A mí, como ya señalé, me desasnó hace tiempo un humorista de la vieja escuela, de aquellos que lidió con el franquismo desde las páginas de La Codorniz. De ahí el título completo de este blog.
Aunque nunca está de más que desde la profundidad de la ciencia te confirmen tus sencillas opiniones basadas en la intuición y en ese sentido común a veces con tan poco sentido y a menudo tan poco común. 
Seguiré buscándome, sabiendo que me invento día a día y que el pasado lo cuento dependiendo del día que tenga hoy.
Consciente de que nado en aguas peligrosas,  seguiré extremando la prudencia. No vaya a ser que acabe descubriéndome... y me lleve un disgusto.

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