domingo, 3 de enero de 2010

FELIZ 2010

 
“Amar” es una palabra de cuatro letras 


Compartir: del latín compartiri, que significa dividir con.
Dicen que Lucio Anneo Séneca (4 a.C.-65) separó a las personas en dos categorías: las que dan y las que reciben. Hoy, tomándome la licencia de un año recién comenzado, asumo ser más presuntuoso de lo que quizás me corresponde y me atrevo a corregir al filósofo hispanorromano. O, al menos, a matizarlo. 
Comenzaré señalando que la propuesta de división, a pesar de su aparente evidencia, resulta muy limitada. De un lado, una veces damos, y otras recibimos; depende de nuestro rol en cada momento, de nuestra edad, de nuestro status. De otro, por ejemplo, también están los que roban. En fin, que el tema da para más; pero me resultó sugerente esta forma de catalogar, así que ahí van un par de ideas recogidas de algunas fichas bibliográficas y una conclusión personal como deseo.
El economista Kennet Boulding, en los 70, mostraba respecto a este tema –aunque sin referencias a Séneca– una perspectiva interesante: defendía que las transferencias unidireccionales –las llamadas donaciones– podían provenir de motivaciones agrupadas en dos sistemas, unas que surgen del amor (sistema integrador) y otras del temor, incluyendo el miedo al qué dirán (sistema coactivo), añadiendo que el sistema fiscal sería un caso particular, aunque ni mucho menos único, en el que ambos pueden encontrarse mezclados (hay quien incluso piensa que, más allá de ciertos límites, constituye un robo). No hay que asociar el hecho de dar, por tanto, a una conducta exclusivamente altruista. Y respecto al recibir, algo parecido.
La presunta unidireccionalidad, de otro lado, también tiene una segunda lectura: para que la donación sea posible han de existir al menos dos condiciones: que el donante desee o se vea obligado a hacerla... y el que el recipiendario esté dispuesta u obligado a recibirla. Algo más complejo y difícil de conseguir, a veces, de lo que a primera vista puede parecer. Porque, en las relaciones interpersonales, puede que lo que uno desea, o le hacen dar, no sea, precisamente, lo que el otro desea recibir. O viceversa.
Una última diferencia, no menos importante, es el de los tipos libertad en juego: simplificando mucho, el que ofrece, si lo hace dentro de un sistema integrador (y no sólo el amor, la caridad o la compasión también lo son) ejerce una forma de libertad positiva; el que pide o recibe, en cambio, puede no tener otra opción real que aceptar lo que le dan. Es lo que los teólogos medievales que reflexionaban acerca de la salvación y de la importancia del libre albedrío para conseguirla denominaron la libertas a miseria: aquella elección, aparentemente libre, que nos libera del sufrimiento o de la muerte, y que, en la medida en que buscamos la vida y la felicidad, es una acción restringida por nuestras necesidades.
Para mi gusto, pues, el binomio donante/receptor está condicionado por varias asimetrías graves, lo que provoca que el acto de dar/recibir suela estar viciado en demasiadas ocasiones por suspicacias que provocan malentendidos constantes. 
Séneca era estoico; Boulding, cuáquero: miembro de una comunidad religiosa disidente cuyo nombre original era Sociedad Religiosa de los Amigos. Imagino que es pura coincidencia; porque, al hilo de la amistad, hoy se me ocurre que hay, al menos, una cuarta categoría: la de compartir. 
Difícil actividad, donde las haya, aunque el concepto esté hoy día muy banalizado; ejercicio que requiere grandes dosis de prudencia, voluntad... y de amor. Dar, si no es que se hace en el sistema coactivo, es relativamente fácil: algo se pierde en el trueque, pero se consigue bienestar, prestigio, autoestima; recibir puede ser más o menos difícil, dependiendo de lo que esté en juego emocionalmente (decía también Séneca que los que reciben pueden que coman bien, pero que los que dan, duermen mejor). Pero compartir es un acto realmente complejo. Paradójicamente, más difícil de practicar cuando se trata de hacerlo con las personas a las que más amamos, independientemente de la forma de amor mediante la que nos relacionemos. Reflexionad, y ya me diréis si no es así.
Así que ni el dar ni el recibir. El compartir es mi propuesta de año nuevo. Sin asimetrías destacadas: porque cuando se comparte se establece, desde el principio, un paradigma de igualdad desde la aceptación sin condiciones. Y no voy a discutir que también puede integrar elementos integradores y de coacción, aunque no sean tan relevantes.
Compartir, cuando se hace de corazón, es practicar una generosidad entre iguales mútuamente reconocidos como tales. O, no debe darnos miedo reconocerlo, ejercer un egoísmo sano entre camaradas. En cualquier caso, sin necesidad de reciprocidades establecidas –aunque las normas de cortesía lo propicien–, ni cálculos de pagos diferidos; sin esperar más respuesta que la aceptación de lo compartido. Haciéndolo siguiendo la máxima de los estoicos que tanto me gustaría seguir: sine metu nec spe: sin miedo ni esperanza.
Compartir implica también una forma específica de relación entre personas libres y dueñas de algo: ambas libres para participar y cada una de ellas, dueña, al menos, de ese bien tan preciado que es su tiempo. 
Lo que compartimos nos enseña, a cada uno de nosotros, a reconocernos en lo que tenemos para ofrecer: se pueden compartir, entre muchos otros, bienes intangibles, como la información; no inventariables, como los abrazos o las caricias; o simplemente nutrientes –en su sentido profundo y simbólico– como las comidas, una botella de vino o una cerveza. Pero el bien compartido igualitario, dado y recibido por ambas partes, es el tiempo implicado en el ritual de compartir. Ese tiempo dedicado a cultivar vínculos y simultáneamente a procurarse el placer de sentirse vinculado. Un tiempo mágico dedicado, no al tan traído y llevado Yo, sino a cualquiera de esas áreas por momentos tan abandonadas en las que reconocemos a ese Yo formando parte de un Nosotros. 
Feliz año nuevo. Con mis mejores deseos de poder compartir con vosotros, entre nosotros, este ciclo que comienza, un poco más. Aunque me resulte, o nos resulte, que hemos de estar en plano de igualdad, difícil. Incluso muy difícil. De daros menos, de recibir menos, de compartir más. 
Y la esperanza de que, a partir de este año, el amar no se limite a ser, para todos y todas, una palabra de cuatro letras... y compartir signifique algo más que un verbo de la tercera conjugación.

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