sábado, 11 de febrero de 2012

Barbechar, o el descanso necesario


En según qué latitudes, y con según que climas, la tierra, cansada por el esfuerzo de la cosecha, necesita todo un año para regenerarse. Así que se deja arada y se espera a que las raíces del cereal se pudran y la nutran, a que los insectos y pequeños reptiles la remuevan, a que las aguas que van del otoño a la primavera la empapen, a que los pájaros vengan a picotear granos olvidados e insectos incautos y dejen también sus migajas de abono. 
A esa alternancia entre la cosecha y la nueva siembra, más de un año después, se le llama barbecho, un ejercicio agrícola frecuente en las llanuras cerealistas castellanas.
Lo olvidé —o no lo tuve suficientemente presente—. Lo recordé más tarde, pero de una forma nueva, mientras veía cambiar la imagen del delta del Ebro. Allí el cielo se parece siempre, pintado con ese azul brillante que suele matizar el Mediterráneo, pero el color de la tierra cambia con cada estación. Tras la cosecha del arroz los campos quedan marrones, enfangados, y el drenaje hace que vayan secándose poco a poco. Los campos pardos se llenan de aves migratorias y he pasado horas admirando sus vuelos u observando cómo buscaban alimento entre los surcos. Allí no se barbecha, simplemente, se deja descansar unos meses la tierra. En primavera los campos vuelven a inundarse, luego las puntas del arroz vuelven a emerger, y todo se vuelve verde, como los campos castellanos que, cuando sopla el viento y mueve las espigas formando olas, se asemejan al mar.

Volví a olvidar —dejé de ser plenamente consciente—, a pesar de que duermo cada noche, esa necesidad de alternancia entre trabajo y descanso, o entre dos o más formas de trabajo o de descanso. Porque una cosa es saber, y otra darse cuenta.
La recordé de nuevo la otra noche, cuando una amiga me dijo que de vez en cuando aún entraba en este blog. Así que entré después de algunos meses y me asombré de que hiciera tanto que escribí mi último post. Repasé en qué otros campos había estado trabajando, qué había hecho, qué dejado de hacer mientras releía viejas entradas y me reencontraba con aspectos olvidados de mí mismo.
Hallé, metafóricamente hablando, algo más: pájaros pequeños, aves migratorias, insectos, reptiles; viviendo, esperando en esas tierras aparentemente baldías. Unos, dispuestos a aceptar el nuevo paisaje; otras, prestas para marchar con la llegada del calor.
Sentí entonces que era el momento de arar de nuevo, de preparar la tierra, de removerlo todo para dejar caer nuevas semillas. Y de dejar en barbecho otras tierras, otras ocupaciones también merecedoras de un pequeño descanso. 
Esa noche acepté de nuevo, por enésima vez, que no se puede hacer todo. Y menos todavía, hacerlo todo el tiempo. Tengo la sensación de que no aprenderé nunca. Tendré que aprender a barbechar más eficientemente.

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