viernes, 17 de septiembre de 2010

TODOS LOS DÍAS, HAZ ALGO A LO QUE TEMAS.


Un largo camino comienza con un pequeño paso
A veces, uno tiene la tentación de seguir un buen consejo; y hasta lo sigue.  No tan a menudo como sería de desear, pero sí a veces.
“Todos los días haz algo a lo que temas” me pareció, cuando lo leí en los subtítulos de un videoclip, algo deseable y cercano. Más que una admonición lo sentí como la expresión de un deseo íntimo con el que a menudo lucho, sin conseguir relegarlo a ese olvido que me permitiría vegetar más tranquilo.
Lo de siempre. La letanía no por repetida menos cierta: es mejor hacer mal que no hacer nada; el peor error es no arriesgarse a cometer errores... etc. etc. 
Y, como solución definitiva, el recuerdo constante de la máxima de los estoicos para enfrentarse a la vida cada día: Nec metu, nec spe: Ni miedo, ni esperanza. Despojarse de esos dos lastres que nos atenazan y, sobre todo, nos inmovilizan.
Hasta aquí, la teoría.
El ayuno
He finalizado un ayuno. Mi primer ayuno. Mira que hace años que amigos vegetarianos, seguidores de filosofías new-age y hasta mi mujer me recomendaban hacer uno. Yo meditaba sobre sus beneficios depurativos, analizaba su repetición como práctica en los más diversos credos religiosos y como método de conocimiento místico... pero sólo intentarlo ya me superaba. 
Hasta el domingo pasado. Cené poco y suave y, a la mañana siguiente, empecé tomando sólo un preparado a base de agua, zumo de limón y jarabe de savia de arce. Beber, mucho; comer, nada. Hasta hoy, viernes, en que he vuelto a hacer una comida suave, a base de fruta.
No he logrado la iluminación, y tampoco sé si me he depurado demasiado. Pero me he sorprendido. Y sorprenderme a mí mismo positivamente es un ejercicio que siempre me ha hecho feliz y que últimamente no practicaba demasiado. En contra de lo que esperaba, apenas he sentido hambre; he tenido a menudo, eso sí, unas enormes ganas de comer, que no es lo mismo. 
He estado tranquilo y relajado —esperaba subirme por las paredes después de un par de días sin probar bocado— e incluso más alegre de lo habitual. He visto comer a los demás sin deseo ni envidia. Sabía que podía dejarlo en cualquier momento, que no competía ni siquiera conmigo mismo, y si he llegado hasta hoy es porque he sentido que era el momento y era mejor no abusar, no porque no pudiera continuarlo.
He reflexionado de otra manera. No digo que mejor, sólo de otra manera. Me he centrado en mí. No he tomado ninguna gran decisión, pero sí mi he planteado intentar algunos pequeños cambios. Con calma.
Tan cerca del otoño
Dentro de un días será el equinoccio de otoño. Como suelo decir, tiendo más a celebrar el Anno de Gratia que el Domine; a comenzar el año en primavera, como los astrólogos, que en invierno, como los antiguos romanos; a entender el principio de la vida como el resurgir de la naturaleza y no en el hecho de que la luz comience a triunfar sobre la oscuridad y los días empiecen a ser más largos. Y el equinoccio otoñal es al de primavera como la noche de San Juan a Nochebuena.
Dentro de unos días llegará el otoño. Quería celebrar el equinoccio de forma diferente, vivirlo de otra manera. También por eso he ayunado.
Siento que he dado un pequeño paso, aunque quizás no sea el primero de un largo camino. Una de las conclusiones: independientemente de la longitud del camino, he de conseguir comer mejor, mucho mejor. Signifique esto lo que quiera que signifique.
Otra: no debo olvidar hacer, de vez en cuando, algo que tema.

1 comentario:

  1. Entiendo que cinco dias de ayuno te hayan sentado bien,(ultimemente andabas un poco fondón)
    Pero si lo hago yo, me escapó por el cuello de la camisa. je,je,je.

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