domingo, 12 de septiembre de 2010

ANIMALARIO. 6. EL PAVO DE ACCIÓN DE GRACIAS, EL SENTIDO DE LA VIDA Y LA SERENDIPIDAD.

Mediocristán es donde tenemos que soportar la tiranía de lo colectivo, la rutina, lo obvio y lo predicho; Extremistán es donde estamos sometidos a la tiranía de lo singular, lo accidental, lo imprevisto y lo no predicho. Por mucho que lo intentemos, nunca perderemos mucho peso en un solo día; necesitamos el esfuerzo colectivo de muchos días, semanas, incluso meses. (...) Sin embargo, si estamos sometidos a la especulación de base extremistana, podemos ganar o perder nuestra fortuna en un solo minuto.
Nassim Nicholas Taleb. El Cisne Negro. El impacto de lo altamente improbable.
El pavo
Conocí la anécdota en un texto de Taleb dedicado a la serendipidad, aunque la idea original parece ser que la desarrolló Bertrand Rusell. Trata sobre un pavo de esos que se consumen en familia, cocinados al horno, el Día de Acción de Gracias.
El citado pavo vive cómodamente en su corral, y observa que, cada día, una amable persona viene a echarle comida; así que, tras repetir la experiencia una mañana tras otra, el inocente animal concluye que la raza humana está compuesta por seres cariñosos dedicados a mantener felices a los de su especie, razonamiento incomprensible pero absolutamente lógico e incontestable apoyado por su experiencia cotidiana. 
El pavo tiene toda la información: la hora aproximada a la que llegará el humano en cuestión, el tipo de grano, la organización diaria de su vida en el corral... hasta es posible que haya encontrado una explicación mítica para una actividad tan generosa y desprendida. 
La única información que NO tiene es que existe, entre esos humanos tan aparentemente amables, una tradición curiosa en un no menos curioso Día de Acción de Gracias. Sólo se dará cuenta de su error —si es que llega a darse cuenta— cuando sea demasiado tarde.
Hay varias moralejas posibles. Una de ella es que la vida sólo cobra su sentido real cuando se acaba. Pero es demasiado dura, así que la soslayaré y me iré por las ramas, que no tengo humor para invitar a cenar esta noche a la señora Depresión.
El Sentido de la Vida
Los humanos tenemos una tendencia innata a buscar explicaciones a todo lo que nos pasa, lo que nos ha pasado y hasta lo que pensamos que nos puede pasar. Generalmente recurrimos a nuestra experiencia —un factor siempre sobrevalorado, como en el caso del ave de corral— y, cuando estamos más desatados, a mitos, creencias diversas, religiosidad popular, supersticiones varias y a los sentimientos más absurdos que nos llegan a dominar. Y, como el que busca encuentra, pues las encontramos. Son mentiras, pero no importa, porque lo importante es que las tengamos.
Cuando perdemos esas explicaciones, o no las encontramos, o no nos las creemos —que es aún peor— caemos en la neurastenia y nos sofocamos mucho porque hemos perdido el hilo conductor de nuestro sino: eso que los filósofos más profundos han dado en llamar, pomposamente, “el Sentido de la Vida”. Y cuando la vida carece del tal sentido, la cosa comienza a ir de mal en peor.
El primer problema, por lo que he podido deducir, es el de gestión de inputs. Cada día vemos, oímos, olfateamos, gustamos y tocamos, multitud de cosas. Sufrimos de un exceso de información. Y nuestro cerebro la almacena y la procesa como buenamente puede. Pero, dado que nuestra consciencia es muy  limitada, hemos de priorizar a qué prestamos atención y a qué no. Y ahí es donde, al parecer, la cagamos bastante a menudo. En vista de cómo funciona el mundo es fácil inferir que solemos estar excesivamente atentos a cosas que carecen de importancia y nos pasan desapercibidos datos básicos para nuestra supervivencia. 
El segundo es que cada cual tiene una especie de conciencia personal —incluso los que tienen el ego por los suelos— que le indica que él es el centro del Universo y que sólo pasa aquello que le afecta. 
La combinación de ambos problemas, algo harto frecuente, suele ser letal.
Un joven está enamorado. Locamente enamorado. Su cerebro, por tanto, ha dejado de actuar con un mínimo de coherencia y sólo ve, oye y siente la información que pasa por el tamiz de su amor. Ella lo mira y él entiende que su vida anterior sólo ha sido un prólogo; que cada paso dado, aunque él no lo supiera, estaba destinado a llegar a ella en el momento preciso y en el lugar adecuado. Repasan juntos su vida y llegan a la misma conclusión: era imposible que no se hubieran encontrado. Su amor es, por primera y única vez en la historia, fruto no del Azar, sino del Destino. 
Hasta un día, que llega antes a casa, se la encuentra en la cama con uno de sus amigos, o con dos, si lo queremos poner peor.
Y entonces recorre de nuevo la información a la que no había prestado atención previamente. Aquel día en que ella lo mandó dos veces seguidas a la cocina a por alguna cosa para quedarse a solas con el “otro”; una mirada que sorprendió una tarde entre ambos, o las palabras que le insinuó otro amigo —con el que él se puso hecho una furia, por cierto— y que le sugerían que pusiera cierta atención a lo que pasaba a su alrededor.
Y la vida cobra de nuevo sentido. Otro sentido, claro, pero no menos sentido que el anterior. El amigo insinuante es ahora un buen amigo, ella es una mala pécora, y él sabía, sí, lo sabía aunque se negaba a reconocerlo, que aquello iba a pasar. Y reescribe la historia, su historia, y los datos primordiales se convierten en secundarios y aquellos despreciados se elevan a la categoría de fundamentales. 
Después, es posible que se vuelva a enamorar, o que descubra un credo político, o que se haga vegetariano, o que se convierta al budismo, o que invierta en bolsa. 
No importa lo que haga. Volverá a las andadas. Es ley de vida. Si sale mal será culpa del otro, de los demás e incluso del mundo; si sale bien es porque es un genio con una visión diáfana. Hay gente que cree que los políticos actúan como actúan así porque sí; pero no, es que son como todos los demás mortales.
La serendipidad
En castellano no existe el concepto en el diccionario; los de la RAE a veces parecen cenutrios. Serendipidad es la castellanización del inglés serendipity. Su introducción en occidente data de 1754, cuando Horace Walpole lo divulgó en esa lengua a partir del cuento árabe Los tres príncipes de Serendip —la actual Sri Lanka—, unos tíos que resolvían problemas y enigmas en base a una gestión inteligente de lo que otros llamarían casualidades.
Pero la casualidad es un tema muy delicado; hay, incluso, quien defiende que ni existe. Decía el científico Louis Pasteur que el azar sólo favorece a las mentes preparadas, que tendemos a ver aquello para lo que estamos preparados: a lo largo de la historia, muchos hombres han visto caer manzanas, pero sólo uno, Isaac Newton, fue capaz de fijarse en ello, reflexionar, y poner, con su ley de la gravitación universal, los cimientos de la física moderna.
El azar está ahí, pero no solemos prestarle atención. Y no lo hacemos, cuentan, porque nuestro relato interno, nuestro sentido de la vida, hace que pasen desapercibidas informaciones importantes, sólo porque no coinciden con aquello que esperamos encontrar. Somos víctimas de nuestras previsiones.
El azar está ahí, y encima nos zarandea de vez en cuando. Pero no aprendemos y seguimos sin prestarle la debida atención. 
Cuenta Taleb que el mundo está dividido en dos regiones entre las que transitamos: Mediocristán y Extremistrán. En la primera, la predicibilidad es relativamente posible, no existen los sobresaltos, y los científicos sociales —por no hablar de economistas, políticos y tertulianos diversos— se dedican a suministrarnos nuestra dosis de tranquilidad cotidiana, interpretando los sucesos pasados como si hubieran sido el resultado de procesos coherentes y lógicos. 
En Mediocristán todo, desde una crisis económica a una guerra, desde encontrar el amor de nuestra vida a que nuestro equipo gane la liga, suele explicarse a posteriori en un ejercicio de narratividad en que cada detalle cuadra y nos muestra que era lo que tenía que pasar dadas las condiciones iniciales y el desarrollo del tema. Curiosamente, siguen habiendo crisis, guerras, desilusiones y partidos perdidos inexplicablemente, porque habíamos jugado mejor. Y nadie prevé las catástrofes futuras, aunque a toro pasado todos expliquen todo.
En Extremistán nada es predecible, la historia, como la evolución, va dando saltos y tumbos —aconsejo un regreso a la teoría del caos tal como la presenta el “efecto mariposa”— y no hay forma de entender nada realmente, dada la proliferación de sucesos infinitesimales.
Otro problema es que estamos firmemente convencidos de que vivimos, de forma exclusiva, en Mediocristán, aunque a veces seamos como el pavo de Acción de Gracias, articulando cada día nuestro discurso lógico y constatable sin saber que, realmente, vivimos también en Extremistán.
Nuestra orientación mental, mal que nos pese, nos hace interpretar la Realidad de una forma limitada, para que lo que nos rodea nos resulte no sólo comprensible, sino tranquilizador. Necesitamos una coherencia en nuestro discurso sobre el Sentido de la Vida. 
Pero no nos iría peor si, sin caer en ninguna paranoia, de vez en cuando nos planteáramos visiones un poco más creativas, rompedoras, y nuevas. La vida en Extremistán puede ser peligrosa, sobre todo si uno no está preparado para lo imprevisto. Porque, aunque la experiencia nos indique que todo sigue igual y que la vida es bella, nunca se sabe qué día será el miércoles previo a Acción de Gracias. Y a lo mejor es mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario