miércoles, 4 de diciembre de 2019

10. La invasión silenciosa

Al parecer, se les olvidó. A todos. Nadie le dijo nada al novio sobre la mazmorra donde dormía el dragón, ni sobre la promesa incumplida del Concejo, ni sobre la existencia de un luthier enamorado, ni sobre el mal que afligía a Lorien. Querían olvidar el horror pasado a toda costa, así que cuando éste, acompañado de su familia, parientes, amigos y allegados llegaron, no lograron entender la razón del retraso. 
Finalmente, y ante la manifiesta impaciencia del novio y sus acompañantes, los comerciantes en pleno insistieron en que se celebrara la ceremonia fuera cual fuera el estado de salud de la muchacha, argumentando que de retrasarla más se perderían demasiadas horas de trabajo, se acabarían de estropear los decorados y se alteraría esa forma de vida que a ellos tanto les encantaba regular. Porque el tiempo tampoco estaba ayudando.
Pero Lorien parecía seguir empeñada en su enfermedad, ajena por completo a los deseos del Concejo, a las órdenes de su padre y a las demandas de su prometido. El día de la boda, ante un empeoramiento que hizo temer por su vida, la ceremonia tuvo que posponerse de nuevo. 
Ese fue el último síntoma. Durante esa semana había llovido cada día, las calles se habían llenado de barro, sobre el que iban cayendo las guirnaldas de flores que habían colocado en las calles; el vino que tenían preparado comenzó a agriarse sin que nadie supiera por qué; a los alimentos los cubrió el moho. La corte del novio estaba exasperada, los comerciantes nerviosos, los artesanos preocupados y las mujeres cuchicheaban y empezaban a difundir historias que en nada beneficiaban a Lorien o a su padre. 
Nadie los veía; ningún habitante, ni siquiera los niños o los perros, siempre atentos a todo, podían oírlos ni mucho menos observar lo que hacían, pero los componentes del ejército de gnomos que habían llegado del bosque iban de casa en casa, de despensa en despensa, de taller en taller, echando hierbas amargas en los toneles de vino y de cerveza, rociando con jugos de las cortezas de ciertos árboles las ollas y cambiando de lugar las cosas y las herramientas de uso más cotidiano. 
Y en ese estado de nerviosismo general llegó el día que se había propuesto y aceptado como definitivo para celebrar la boda. El único requisito era que Lorien estuviera viva, fuera cual fuera su salud, su estado de ánimo e independientemente de que lloviera o nevara, el cielo se llenara de rayos y truenos o las ranas despertaran milagrosamente de su letargo y salieran del río para invadir la ciudad. Las familias estaban decididas y el pueblo cansado de esperar. 
Como cualquiera podía observar, la ciudad en pleno parecía vacía de solidaridad, de comprensión y de amor.
Por cierto, ese día era,  también, el anunciado por Tahar para hacer su reclamación. 



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