domingo, 8 de mayo de 2011

IMPOSTURAS: EL CABALLO DEL DODECAEDRO. 1. Por qué no tengo un caballo.

Música de fondo: Les baricades misterieuses, de Couperin.
Podría deciros lo que hay que hacer para adueñarse de un caballo para siempre. Voy a contároslo de todos modos: Sólo hay que hablarle bajito por el hocico adentro, por lo dos agujeros del hocico. ¿Y qué hay que decirle? Vuestro nombre secreto... el que sólo sabéis tu madre y tú, por el hocico adentro, por los dos agujeros del hocico. Y será tuyo para siempre. Se irá contigo aunque esté viviendo con otro, te seguirá a todas partes.
                                                 Robertson Davies. Ángeles rebeldes
Nunca seré el dueño definitivo de un caballo: no tengo —o no sé que lo tengo, que para el caso es lo mismo— un nombre secreto. No poseo un auténtico nombre; sólo el que consta en el registro civil, y algún otro que he usado alguna vez como seudónimo, pero que ni lo tuve siempre ni lo sabe mi madre.
Me pregunto: ¿Quién soy, entonces? Y me contesto: Sin duda alguna, un mal impostor. Y esta es mi gran tragedia.
Un impostor ajeno de mí mismo, en tanto en cuanto ni siquiera sé de mi impostura más que de mi auténtico nombre. Y es que para poder engañar se necesita conocer la verdad o, al menos, creer que se conoce: entonces, cuando se es preguntado, se contesta otra cosa según nuestro interés. Para ser un auténtico impostor, siguiendo este razonamiento, se necesitaría saber quién es uno, para mostrar, mintiendo, a otro.
Y, sin embargo, a pesar de no saber quién soy, si sé que soy ese otro. O esos otros. Y que he de descubrirlos y mostrármelos, al menos a mí, para conocer mi verdadera identidad y poder ser, así, un impostor auténtico.
Lo que busco, por utilizar una imagen que me hechiza, es la esencia del interior de un dodecaedro, de mi dodecaedro personal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario