viernes, 3 de mayo de 2013

Cartas a mis hermanos. 5. La navidad.


¿Os he dicho que no llego a entender cómo cabíamos tanta gente en la puñetera cocina de la abuela? Pues atención, que eso era en un día normal e incluso en un domingo. Lo más increíble llegaba en Navidades.
No sé si recordáis la escena del camarote de Una noche en la ópera, de los Hermanos Marx. Yo sí; y no sólo la tengo presente, sino que recuerdo la sensación que me embargó la primera vez que la vi: pensé que aquello, comparado con la Nochebuena en casa de la abuela, era un juego de niños; y no entendí por qué le hacía tanta gracia al público.
Porque, en un espacio ya de por sí reducido —miserable, si queremos se concisos—, padre y sus dos mocosillos montaban, cada Navidad... , ¡el Belén!
No es que fuera algo portentoso, pero si contamos el portal con los animalejos, el castillo del malvado Herodes, el recorrido que hacían los tres Reyes Magos, las lavanderas en el río, las montañas en que pastaban las ovejillas y demás parafernalia, la cosa tenía su miga.
La Nochebuena cenábamos, acompañados por el citado Belén, todos juntos. Esto quiere decir que, a los habituales siete —de los cuales uno, el tío Perico, necesitaba encima un espacio adicional para la muleta y la garrota— se les unían los cuatro miembros de la familia de Paco, a saber, el susodicho, la María, La Mari y la Dorita. Lo lamento, no tengo explicación racional, ni siquiera cuando analizo la distribución de una lata de sardinas, pero era así. 
Pero ahí no acababa la cosa. Cabían también zambombas, panderetas y otros instrumentos musicales y, después de la cena, solían aparecer amigos y vecinos a felicitar las pascuas, acompañados, obviamente, de más instrumentos caseros no siempre minúsculos. Súmese el calor de la estufa a toda mecha, que esa noche no se estaba para miserias, la tenue luz colgada del techo, el ruido sofocante de voces con un sentido de la entonación que ni los coros del Nabucco. Y allí estábamos, todos junto al Portal. 
Los milagros existen. Recordando aquello siento miedo de seguir mirando dentro, de desbrozar recuerdos. Decían los sicarios que no había más oscuridad que la muchedumbre, y vete tú a saber lo que podría descubrirse si se hiciera la luz. Así que esta noche no quiero recordar más; prefiero quedarme con la dulce sensación de que existen los milagros y de que nosotros hasta llegamos a vivir alguno.
El mayor de la Juanita

4 comentarios:

  1. pero los tios y vosotros ¿viviais ya abajo, en el 18 de julio? y ¿subiais todos los dias?

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  2. No, nos bajamos mucho después. Y lo de subir no es como parece. De hecho, padre tenía el taller también en esa calle y nosotros íbamos a la escuela al Grupo, así que la que bajaba era madre, cenábamos en casa del tío Perico y luego nos subíamos, aunque yo no siempre, ya que tendía a coger cualquier virus que corriera y en invierno la cuesta era mortal. Pero eso es otra historia.

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  3. Disculpa la tardanza Carlos. Este verano estoy muy fuera de lugar y no he entrado en el blog. Un abrazo.

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