domingo, 22 de diciembre de 2019

13. De la búsqueda y el perdón

Por fin llegó la primavera. Del río había desaparecido ya el hielo y los primeros barcos comenzaban a llegar; los artesanos vendían lo poco que habían ido fabricando, compraban lo que necesitaban y la vida se animaba de nuevo. Los comerciantes volvieron a sus regateos, las mujeres a alegrarse con los días cada vez más largos, los niños a recorrer los campos de los alrededores en los que los campesinos comenzaban ya sus tareas en la tierra.
Podría haber sido una primavera feliz, pero todos tenían todavía el corazón encogido y el espíritu frío, como si cada noche cayera una escarcha en su interior y cada mañana amaneciera blanco y helado. 
Hasta el día en que unas jóvenes fueron al lindero bosque a buscar agua de una fuente que, según decía la tradición, propiciaba el amor y alegraba la vida. Allí, mientras llenaban sus cántaros, oyeron algo realmente hermoso: una canción al tiempo alegre y apesadumbrada que hablaba tanto de amor como de añoranza, de un deseo de vivir entre los árboles junto con el de recorrer las calles de la ciudad; una canción que celebraba una felicidad y una tristeza, que hablaba de un marido y de un padre. 
Las jóvenes regresaron, fueron a la antigua casa de Lorien y le contaron al hombre que las recibió lo que habían oído. El padre supo entonces que aún le quedaba mucho para dejar atrás sus defectos: había superado la codicia y el ansia de poder, pero aún quedaba en su corazón un rastro de orgullo que lo había tenido sujeto a Doeor, impidiéndole salir en busca de su hija. Y entonces, en su interior, oyó la música de la viola de amor; no las mismas notas, no aquella melodía que nunca volvería a recordar, sino el sonido puro de una nota mantenida incansablemente. Y supo que era el momento de partir. 
Fue a la fuente, recorrió los claros, paseó entre los árboles siempre con el oído atento. Pero nada. Un día, otro día, y nada. Pasaba el tiempo y a la esperanza la sustituía, a veces, la desesperación. Se le terminaron los víveres que llevaba el el zurrón y pronto tuvo que empezar a alimentarse de frutos silvestres y de bayas; se le desgarró la ropa, creció su barba. En más de una ocasión se arrepintió de su búsqueda, más de una noche se prometió que al día siguiente volvería a Doeor; más de una mañana maldijo el bosque. Pero continuó buscando a Lorien. 
Hasta que un día, cansado ya y sin fuerzas, escuchó una melodía lejana y supo que su búsqueda había llegado a su fin. Caminó en la dirección de la voz y el sonido de un laúd y, cuando por fin llegó al claro donde estaban Lorien y Tahar acompañados de elfos, gnomos, animales y pájaros, se sentó a esperar a que acabara aquella canción deliciosa y se le llenaron los ojos de lágrimas cuando oyó pronunciar su nombre y supo que su hija lo había perdonado y deseaba volverlo a ver. 
Para entender lo que sucedió hasta entonces baste con comentar que a Lorien y a Tahar los casó el Hada de los Ojos de Oro y que vivieron casi felices —oscurecidas algunas de sus horas por el dolor en que había sumido a la joven el comportamiento de su padre— en una casa que construyeron para ellos los gnomos. Lo que vino inmediatamente después todos podéis imaginarlo, así que no merece la pena entretenernos ahora con el relato.

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